LAS ÚLTIMAS HORAS DEL GUERRILLERO

LAS ÚLTIMAS HORAS DEL GUERRILLERO
Ya hacía días que permanecía en aquel cuarto. Desde que lo capturaron.No podía situarse en el tiempo por el reloj, pues se lo habían requisado. Mantenía cierta orientación por la periodicidad de las comidas: las dos del día, más el frugal desayuno, una taza de leche acompañada de un pan seco. En el habítáculo había un ventanuco que daba a un vano, donde apenas penetraba la luz. Una débil bujía iluminaba el angosto recinto durante el escaso tiempo que creían conveniente, pues el interruptor se localizaba fuera del cuarto. Gran parte del día el recluso permanecía a oscuras, con la mirada atenta a la rendija de luz que penetraba por debajo de la puerta. Fuera se oían ruidos, que había llegado a identificar en la lógica de ciertos hechos. Tres veces al día cambiaban al centinela. Se escuchaban los taconeos de una guardia numerosa, las secas voces de mando del oficial y el traqueteo de los fusiles mientras cambiaban de posición en las manos y cuerpo de los soldados.
En el pequeño cuarto no hay cama, ni sanitario, ni tan siquiera una vulgar palangana para asearse en las mañanas. Tampoco un orinal.Tales carencias hacen presumir que se trata de un lugar provisional, y que la estancia allí será corta. En cualquier caso, no puede asegurar si habrá un después. Lo habían encerrado allí desde que lo capturaron en el monte, con un balazo en la pierna. Le anudaron un torniquete, pero la herida todavía supuraba y de cuando en cuando mordía como la dentadura de un caimán.
 En aquellas tinieblas, solo puede escuchar el latir del corazón, el pulso denodado que martillea en las venas del cuello, el ardor de la herida de la pierna, la vida que se derrama llena de presentimientos.  Le conforta al menos el que aún pueda pensar en el futuro, pues se imagina con sus camaradas en una nueva campaña, atravesando selvas, escalando laderas, marchando con todo el pertrecho por los caminos polvorientos, vivaqueando alegres junto a un regato del monte, convencidos de que sorprenderán al enemigo y saldrán victoriosos de la escaramuza. Le consuela algo imaginar que ese futuro pueda concretarse algún día. Sin embargo, las horas pasan lentas, como el molesto goteo de un grifo en la noche; en una noche que espera ansiosa, desazonada, la llegada del alba, esa hora incierta en las que suelen consumarse las más graves resoluciones.
Pero así yaciente, a través de las invariables tinieblas, pasa otro día tal como el anterior, consolidando una amarga rutina de lo inhabitual. Con las sombras se ciernen todos los temores junto a la más desesperada de las esperanzas. Hasta aquel rincón llegan los ruidos nocturnos: el cimbreo de la techumbre azotada por el viento, el repiqueteo de la lluvia sobre la fría uralita, el eco misterioso de la selva cercana, en la que a veces se distingue el exótico ulular de un pájaro, el histérico chillido del macaco, el gruñido rezogante del puma o el graznido del cuervo. A poca distancia se deja sentir el recreo de parte de la guarnición, que bromea tal vez en torno al fuego. Escucha su risa, sus canciones...Sabe, aunque le cuesta aceptarlo, que aquellos jóvenes espontáneos y francos son el enemigo. Que tan sólo hace unas pocas jornadas se estuvo tiroteando con ellos en el monte. Del fusil de uno cualquiera pudo surgir la bala que le hirió en la pierna y que lo dejó, inerme, a merced del adversario. Poco se diferencian aquellos jóvenes de los que combaten a su lado; comparten buena parte de su espíritu, de sus necesidades, de sus ambiciones. Pero están en el otro bando.Todos sueñan una vida mejor, un hogar próspero que ofrecer a su hembra y a sus hijos, una patria en paz; ese futuro mas digno es por lo que combaten, por lo que soportan ahora reñir como alimañas en las sierras, joderse bajo las órdenes inclementes de sus superiores, intercambiar la vida por una posición en el mundo donde no vuelvan a ser pisoteados. ¡Sí! Aquellos jóvenes no deben diferenciarse mucho con los que combaten a su lado: el "flaco" Artigas, Dorronsoro, "Chispita", Dalmacio el mejicano. Serán como ellos. Sin embargo, el destino ha situado a unos frente a otros, para revolcarse en el polvo, para arrancarse las entrañas, cauterizarse con el odio y devorarse como las fieras. Si los soldados supieran las razones del adversario, arrojarían las armas y desobedecerían a sus jefes.
Debe de ser noche avanzada; asiste desvelado al lento desgranarse de los segundos, que parecen horas, dilatándose en los oscuros abismos de la inquietud. Se siente incómodo en la apostura que ha adoptado para evitar el dolor de la pierna herida. Las pupilas, dilatadas en la oscuridad, logran definir  algunos de los objetos que le rodean: sacos apilados, botes de pintura posiblemente, un rastrillo para el heno y un garbillo,  un ratón que corretea hasta un mendrugo de pan sobrante de las comidas. En medio de aquella agonía, siente que los parpados se le cierran y que viene no el sueño sino los sueños. Puede ver a  Yola, con ese traje estampado que le regaló por su aniversario, bajando del auto y correteando por la herbosa ladera de la granja de sus suegros en San Martín. Se reconoce a sí mismo, que corre a abrazarla, pero entonces la imagen se desvanece y tropieza otra vez con la noche, con el tiempo detenido como el agua muerta de un pozo oscuro. Debería ocurrir algo, pero sólo se advierte una sombra que sucede a otra, el dolor, la boca pastosa, con tan poca saliva que parece y sabe a sangre, una herida como un corazón desgarrado y palpitante...Un gallo. Se escucha el canto de un gallo. Ha rasgado la tiniebla entrecortado y estridente, familiar; le hace a uno la sensación de estar pasando unas jornadas tranquilas en el campo. El gallo repite su canto, pero más engolado y ufano. Debe ser la amanecida. Parece que el sueño lo vence. De pronto, un fuerte golpe. Cruje la puerta. Penetra la luz. Al fin, el día, puede otra vez saludar al día. Ante él se yergue el contorno de un soldado con uniforme verde. Se oye el chasquido de montar un arma. Deslumbra un relámpago; luego una detonación. Siente como su cuerpo se aplasta contra la pared. Hay algo que se escapa. Otra vez la noche...

REFLEXIONES DE UN CAMINANTE

REFLEXIONES DE UN CAMINANTE
Es Nochebuena. En el reproductor suenan los nocturnos de Chopin. Está la casa sosegada. Los afanes del día nos han dejado ese resabio de que, hágase lo que se haga, el tiempo se nos escapa irremisiblemente. La noche se desliza con la morosidad sigilosa de un gato. Me enfrento con el papel como contra mi propia soledad, pero no me remuerden los recuerdos ni que el balance no sea del todo optimista. El compendio de los instantes amargos se hace tan denso, que su contrapeso minimiza los ratos exultantes. No importa, pues frente a la desaforada fatalidad nos basta con el calor de una sonrisa. No sabemos adónde nos conducirá el camino; por su trazado, tortuoso, acechante siempre de enemigos emboscados. Pero se nos enseñó a andar en luz, pues el que reconoce la senda, no tropieza. Mientras se halle en alto el candelero, vanas serán las obras de la tinieblas. Marchemos, pues, en la diafanidad del día, con ánimo renovado como la mañana, en pos de la victoria que nos espera, solazándonos en la sombra aislada de algún árbol, amenizándonos con el trino de los pájaros y refrescándonos en los regatos, hasta alcanzar esa fuente de la que cuando bebamos no volvamos a tener jamás sed, donde el amor del todo haga plena nuestra aislada mismidad.

LÁNGUIDA VENECIA

LÁNGUIDA VENECIA
La tarde declina sobre el Gran Canal. Desde la fondamenta de Santa Lucia se observa el tráfico continuado de las embarcaciones. La aguas grisean irisadas por las tangenciales luces crepusculares. Del vaporetto descienden los pasajeros con  animo apresurado. La cúpula de San Simeone y el grácil arco del puente de los Scalzi enmarcan la evocadora estampa veneciana. El alma siente imprecisas nostalgias, momentos que pudieron perdurar y que se fueron. Una góndola exhibe su largo cuello de cisne enlutado, trazando surcos de espuma en la tersa superficie del Canal. El sol despide los blandos oros de su lenta agonía. Pronto la noche solapará la alegre ilusión policroma. Sabemos que esa gracia festiva retornará en la mañana, pero que hoy, sin remisión, esa tentativa del día tendrá que claudicar. Ahora, los colores se apagan, la voces resuenan como en sordina, aisladamente irradia el brillo de un farol, el pulso de la ciudad decrece, se escucha, relajante, el obstinado chapoteo del agua sobre los cascos de la embarcaciones, los motores de un vaporeto rugen asmáticos, remotísima se ve brillar la primera estrella, la noche se cierne con harapos de sombra, zigzaguea una gaviota en el horizonte y va a posarse sobre un pilón, el día emite el último estertor moribundo. Venecia, silente, se tiende a soñarse en los rellanos del tiempo, es la hora resignada de la necesidad, del inevitable ocaso. Dormir, soñar, tal vez morir...

CUBA LIBRE

CUBA LIBRE
Por fin, se ha producido la noticia largamente esperada. Estados Unidos y Cuba restablecen sus relaciones. El bloqueo, si acaso fue efectivo en algunos aspectos, tuvo por resultado más evidente fortalecer la dictadura castrista. Pues es peculiar en este tipo de regímenes hallar justificación cuando se sienten increpados desde posiciones contrarias. Nada ayudó más a consolidar el régimen de Franco que cuando fue duramente criticado desde el extranjero: el pueblo español se echaba a las calles en apoyo del dictador. Algo muy similar es lo que viene ocurriendo con Cuba, donde a la postre la salida menos traumática para el pueblo cubano  sea la de una renovación desde las mismas instituciones.

Ambos estados, los Estados Unidos y Cuba, deben asumir sus respectivos fracasos. El uno la imposibilidad de derrocar a un régimen comunista por medios coactivos, el otro el del agotamiento de su proceso revolucionario, que cada vez se va alejando más de su inicial utopía.

Lo de Cuba fue el sueño de unos jóvenes que, indignados por la depauperación en que se encontraba la isla y, por extensión, América latina, se echaron a la sierra Maestra al grito de "Patria o Muerte".Se jugaron la isla a precio de su sangre. Su impulso, en el fondo, era una apuesta romántica, como aquella de Alonso Quijano de lanzarse a los caminos para remediar injusticias y entuertos. La joven guerrilla cubana vio consumado ese sueño, logró vencer, echándole un par de cojones, sobre gigantes y endriagos, y pudo contemplar el día luminoso de la victoria. Sí alcanzaron la libertad aquellos que decidieron ofrecer su vida a cambio, pero ¿donde hallaría  su justificación el resto del pueblo cubano, aquellos que se conforman con una vida digna que no heroica? ¡Oh, si los pueblos vivieran el sino de gloria de sus libertadores, y no un cotidiano vivir sin contrastes!
Guevara solo pudo encontrar la total libertad con su muerte en ese corazón de la tinieblas boliviano, pero ¿qué nos legitima a exigir eso mismo a cualquier otro ser humano?

¡OH, CLAMAD A JESÚS TODOS!

¡OH, CLAMAD A JESÚS TODOS!
Hasta un Belén apartado,
clara es la voz del profeta,
llega la errante pareja,
estando avanzado el parto.
José a las puertas llama,
María de dolor pena,
mas acepta la cadena
de libertad del mañana.

¡Oh, clamad a Jesús todos
los que por su luz nacieron,
los que bajo su  consuelo
no volvieron a estar solos!

No hay posada para ellos,
la aldea de extraños rebosa
por el edicto de Roma
de empadronar a los pueblos.
El mesonero vacila,
la conciencia le remuerde
de arrojar  mujer encinta
al albur de la intemperie.

¡Oh, clamad a Jesús todos
los que por su amor vencieron,
los que por su grande celo
sacados fueron del lodo!

Un pesebre les cedieron
donde transcurrir la noche,
negra de dolor y voces,
de esperanzas y de anhelos.
Sobre un manto que extendieron
sobre la mullida paja
halló la muerte mortaja,
nueva vida trajo el cielo.

¡Oh, clamad a Jesús todos
los que por su vida oyeron
cantar loor desde los cielos,
plena la tierra de gozo!

Entre la mula y el buey,
San José, la tierna madre,
pastorcillos en enjambre,
supo  el mundo la  nueva ley,
que a juzgar viene a los hombres
no con justicia de sangre,
ni con lobreguez de cárcel,
mas con caridad y sin hiel.

¡Oh, clamad  a Jesús todos
los que por su luz creyeron,
los que por su estrella vieron
el regocijo del cosmos!

Un niño nos es nacido
en la ciudad de Belén.
Puestos los ojos en Él
nada ya nos es  temido,
ni muerte ni Lucifer.
Pues con su gloria obtuvimos
lo que con Adán perdimos.
¡Oh, clamad a Jesús todos
los que creyeron en Él!





DIMENSIONES

DIMENSIONES
La mañana es pura y transparente.
Frente a mí se abren dos inmensidades
de regular simetría.
Cielo y mar, recíproco espejo
donde el tiempo se disuelve en lejanías.
El cielo extiende su tentativa de infinito,
espacio unívoco de los seres perdurables
en donde el sol se halla circunscrito.
Sol, perenne candelero,
que en tu derroche de amor
prodigas la virtud,
esparces luz,
proclamas, invariable, tu credo.
Mar, mar, alma moviente de la tierra,
cuya constante mudanza expresas.
Cubierta de ceniza en los temporales;
en la bonanza, de azules entrañables.
Mar de los sueños, mar de la travesías,
que con  la cadencia mortal de cada ola
nos recuerdas la fugacidad doliente de los días.

DE AUSENCIAS

DE AUSENCIAS
 Vacías pasan mis horas por tu ausencia,
 sólo es polvo, disipación, lo que el reloj señala.
Las horas serían fútil discurrir sin clemencia
si la misericordia de Dios no las llenara.
De su condescendencia vivo, me nutro y alimento,
ya que de tu larga ausencia ansío y desespero.
Nada soy, porque solo tú me deshabitas,
y de tu ausencia  mi soledad reniega.
Soledad, soledad contrita, que con fervor venero,
pues imposible es el gozo que el vivir nos niega.

ASTURIAS

ASTURIAS
Oh, verdes prados de Asturias,
al regazo de tus valles
no hay corazón que no halle,
entre resoles y lluvías,
esplendores que te canten.
Del río las aguas vivas
en los guijarros se parten,
los remolinos de espumas
como flores blancas se abren.
Nada te enaltece, Asturias,
como el vigor de tus cumbres,
donde las nieves sombrías
perdurar tienen costumbre.
En tus arroyos de altura
para abrevar se detienen
indóciles potros, dura
la casta de que provienen,
imposible su montura.
Así los hombres astures,
que cuando el dolor acude
y muestra su catadura,
las recias cadenas sacuden
y exhiben su envergadura.
Tal nos narran los años,
que siendo todo perdido,
los españoles vencidos,
surgió la cruz de Pelayo.

FRÁGIL SEMBLANZA. SONETO

FRÁGIL SEMBLANZA. SONETO
Frágil semblanza tu recuerdo vago
en la faltriquera donde, secretos,
escondo los tesoros más discretos.
Sueño febril de pensamiento aciago,

donde trae tribulación, crudo amago
el solemne protocolo, el decreto
que el sino impone al pálpito concreto,
sin doler prendas ni fatuo halago.

Adoro esa imagen, férvido nido
en el fondo del corazón urdido,
donde procura tan excelso éxtasis.

No más deseo que prolongar su énfasis,
que su dulce manar no sea olvido
en ese fin sin tregua perseguido.

ANHELO

ANHELO
Cuando sigo furtivo tus andares de gacela
por la noche de la sabana interminable,
siento algo en mi interior herido
por el indiferente cristal de tu abandono.

Te veo alejarte y pierdo el alma,
el conforto se me desazona.
¡Qué no daría por recobrar
esos instantes soñados de la quimera!

Porque casi quimera se ha tornado
rodear con mis brazos tu regazo,
porque la zozobra del deseo ha renacido,
renovándose en mí como un dolor callado.

ELLA, POEMA DE GARDENIA PERGER

ELLA, POEMA DE GARDENIA PERGER
Resulta una excepción que en mi blog Impresiones y andanzas se recojan trabajos no originales del autor, pero en este caso, y sin que sirva de precedente, os presento un poema de Gardenia Perger, un creador venezolano. Accedo a ello, a petición de mi buen amigo Ross Parsons, de Sidney, Australia. El poema dice como sigue:
                                ELLA

Ella...
Ella, ella no está,
Ella se fue, se desintegró,
Ella dijo que si por ella preguntaras
Te respondiéramos que nunca te olvidó.
Que por el contrario, vivió con el ayer, vivió con tu recuerdo, vivió hasta perderse en las tinieblas y no aguantó.
Ella...ella se convirtió en cenizas,
Ella, ella, siempre te amó.
Ella.


NIETZSCHE , EL APÓSTATA

NIETZSCHE , EL APÓSTATA
La figura de Nietzsche va íntimamente ligada a las rebeldías de mi junventud. El representaba la propuesta de ese cambio de valores que reclamaba nuestra bisoñez inconformista. Bajo sus aforismos envenenados se tambaleaba el edificio de la conciencia burguesa y se entreabrían los horizontes hacia una nueva era que ya se anunciaba. Era el Crepúsculo de los Ídolos, la defenestración de todo lo que hasta el momento se había creído bueno y respetable. No sólo arremetía contra el racionalismo, columna vertebral del pensamiento hasta entonces, sino que descreía de los cimientos metafísicos del cristianismo. Las hasta entonces intocables figuras de Sócrates y Cristo eran puestas por él en entredicho.
Lo de Sócrates, parecía cantado, pues ya  con Schopenhauer se ponía en duda la preeminencia de la razón sobre la voluntad; pero en cuanto al cristianismo, resulta bastante amargo que aquella crítica demoledora procediera precisamente del hijo de un clérigo. Esta fobia en Nietzsche, más que dirigida a la figura de Cristo, a quien en el fondo parece admirar, se antoja encaminada al papel histórico ejercido por la iglesia, cuya moral gregaria no deja de repudiar su espíritu aristocrático.
¿Qué nos hiciste, Nietzsche? Nos lanzaste con el rabo entre las piernas al páramo desolado de lo impredecible, a un camino desaforado que nos precipitó en los círculos dantescos del infierno. Por seguir tus propuestas arriesgadas perdimos la brújula en una encrucijada de incertidumbres.Supimos solo de la desolación. Los embriagueces de Dionisos nos echaron a perder y en nuestro desbocado desvarío reclamábamos  si quiera un hálito de paz inefable. Pues tras la estela del superhombre tan solo descubrimos una muchedumbre de miradas yertas, unos brazos extendidos que nunca encontraron la compasión, un erial infecto de cadáveres, el grito desolado del hombre rajado en canal. ¡Qué duro fue el precio de esta apostasía! ¿Voluntad de poder?: Inhumano, demasiado inhumano.



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YA LA TARDE SE SERENA

YA LA TARDE SE SERENA
Ya la tarde se serena,
transciende  un fresco presagio
en el aire; viene amena
de arreboles y pájaros,
de inquietud y sombra llena.
El sol huye en ocaso,
oculta su ïgnea melena
bajo la cruz de sus brazos.

Donde el camino nos lleva,
encaminamos los pasos.
La ciudad está desierta
de transeúntes, son ratos
de ocio en día de fiesta.
¿Nos sacará de quebrantos
y hastíos, circunspecta
el alma de carga y llantos?

TOLEDO SABIO Y SILENTE

TOLEDO SABIO Y SILENTE
En la bonanza del día
que trae paz a la mañana,
mientras el Tajo reclama
en su turbulencia fría

paso franco a su llamada,
que ya en la Sagra porfía
el pronto arco de Alcántara
que de a su curso alegría.,

Toledo extiende su vista,
dócil rebaño pedestre
que trepa a contracorriente

la dura roca  semítica
donde el enigma se vierte
cual arcano sabio y silente.



VENECIA REVISADA

El sendero de los días me ha devuelto a Venecia. La he reconocido en la portada de una revista en la que destacaba  la logia del palacio ducal. En unos grandes titulares se prometía remontarse a los albores de la fundación de la república. No he podido sustraerme  a la vieja tentación y he adquirido un ejemplar. En el sucinto estudio se aborda cuestiones que pueden parecer trilladas para un iniciado en los vericuetos de la república del Leone. En cualquier caso, refrescar nuestra memoria con el sueño de Venecia puede significar una terapia en buen grado recomendable.

Después de haber escrito mis Venecianas, la inspiradora influencia de la ciudad adriática parece haber menguado en cuanto a la necesidad prioritaria de glosarla, de hablar sobre ella, de evocarla de alguna manera para exorcisar su hechizo. Venecia se presentó como un sueño impensado en el transcurso de mis mejores años, como un destino que me esperaba al doblar la esquina de mis vicisitudes. Fue como un amor de madurez. Cristalizó al poco tiempo de tratarla, y como de una amante, quise saberlo todo.
Averigüé, entre muchas cosas, que ya había tenido demasiados pretendientes: celosos aristócratas que la  desposaron, excelsos poetas que la cortejaron, retratistas que buscaron los mas recónditos matices de su rostro abigarrado. Amar a Venecia es aceptarla en sus consecuencias como se acepta lo irremediable en una mujer divorciada. Pese a todo el poso del recuerdo de amor perdura, y cuando nos adentramos en la soledad evocadora, y recobramos esos días felices, nos invade el espectro de sus luces, de sus aromas, de su fetideces incluso; en la asimetría de su dédalo saboreamos sus goces, palpamos sus anhelos, la frustración de lo que pudo ser y no fue, su tentativa de sueño imposible.

Reconocemos a Venecia en esa góndola amarrada a una estaca, bailoteando al vaivén del agua; en la fachada impecable del palazzo Ducale rodeado por esa área mágica del bacino; en una sombría estampa de sus tortuosos canales, cuya corriente se abre paso entre fachadas laceradas por el tiempo. Porque en Venecia, insólito organismo venoso, todo fluye, como esa corriente escurridiza de Heráclito, que nos convence de que nada permanece y se insinúa como como la amarga paradoja de la vieja ciudad, que intenta retener el sueño imposible de lo imperecedero. Ante las viejas ruinas de Roma, Delfos, Palmira,  ¿no reconocemos que incluso lo mejor tiene que pasar?

De Madrid

De Madrid
Madrid para muchos es sinónimo de aglomeraciones, trasiegos, babel con prisa, muchedumbres clamorosas, errática desproporción, funcionarios trajeados, juglaría, conversaciones de taxistas, salutaciones de portero de gran hotel, atavíos harapientos, puterío, promisión de los caninos de provincia, espectáculo de "cojuelo", cazerolada, acceso de la melancolía, hormigueo de metro, conciencia, en fin, de la vacua elementalidad existencial.
A mi Madrid, sin embargo, me recibe con una sonrisa, esperanzadora, lúdica. Desembarco en Atocha, cargado de maletas y promesas, dulce de nostalgias; me esperan el Prado, Neptuno, Cibeles, Granvía y la cuesta Moyano. Me harto de libros, me empapo de cuadros, recalo en el Thyssen o el café Gijón, ojeo las gentes en la Plaza Mayor, contemplo como el día agoniza al atardecer desde el Starbuck Coffee mientras las cuadriga del carro de Neptuno chorrea sus parábolas de agua iluminada y pienso que Madrid también puede abrirnos la ventana de la poesía, y  que no solo es sinónimo de lo caótico, de lo inconexo y lo aciago, que en sus calles puede darse el romanticismo de una escena distinta del baldío afanarse, existir, morir, a la velocidad de las blancas ambulancias y de los largos y luctuosos vehículos de los tanatorios.

DONDE DESPEJA LA BRUMA

DONDE DESPEJA LA BRUMA
Donde despeja la bruma
las aristas del anhelo
y la mirada acostumbra
a pergeñar solo un  sueño,

surge el día tras las sombras
con las ansias de un empeño,
que fija en nuestra memoria
el auge alado de un vuelo.

Viejos surcos encontrados,
fugacidad de un recuerdo
que traza en la luz del verbo

la solidez de ese instante
que nos aguarda como antes
labró la vida el sendero.

DEL NACIMIENTO DE LA TRAGEDIA, DE NIETZSCHE

DEL NACIMIENTO DE LA TRAGEDIA,  DE NIETZSCHE
He releído al cabo de mucho tiempo, esta vez sí enteramente, "El nacimiento de las tragedia", de Friedrich Nietzsche. Fue su primer libro, y con él se lanzó decididamente al ruedo del debate intelectual.
Es un libro formalmente bien acabado, ameno y con una matizada levedad poética, que le confiere cierta calidez a la prosicidad del tema. Ciertamente, el ensayo exige alguna familiaridad con los asuntos griegos para degustarlo con placer, conocimientos que nos harán asimilar con mayor fluidez la aridez histórico-filológica de la obra.

Este primer libro ya apunta aun en forma esbozada lo que será el pensamiento nietzscheano posterior; hace hincapié, en los distintos apartados, en la metafísica del Uno Primordial, en su descubrimiento de Dionisos, en la defenestración socrática y apunta, además, cuáles serán los axiomas del pensamiento trágico. Verdaderamente, el libro en su siglo debió levantar bastante estupor, sobre todo por su ataque a la filosofía racionalista imperante hasta entonces. Nos parece que en su defensa de un fundamento irracional para la vida y en su valoración trágica, Nietzsche no deja de ser un romántico. No es extraño que  Wilamowitz temiera por la estabilidad de pensamiento tradicional y le cayera a sus pies algo más que el monóculo. Sin embargo, la interpretación del primero sobre la tragedia es la que ha sobrevivido hasta nuestros días y ha repercutido en nuestra valoración de los tres grandes trágicos.
Nietzsche reconoció en la música la voz de la "Voluntad", en la que se desarrolla la vivencia dionisíaca como modeladora del arte trágico. Experiencia que ya reconoció en las tres grandes figuras de la música alemana: Bach, Beethoven y, como no, Wagner, en cuyo Tristan  e Isolda experimentó algo así como un contemporización con el viejo arte de Esquilo. Pero nos tememos que esta apreciación suya no vio continuidad y como, con el momento del trágico griego, así ocurrió también con la temporalidad del drama musical wagneriano. Por fortuna retomamos ese sueño, perdón esa embriaguez, cuando nos acercamos a la Orestiada de Esquilo o cualquier otra de sus tragedias o recuperamos a Wagner en el CD o en alguna insólita reposición en los teatros.
Los postulados de Nietzsche, como los de sus coetáneos que propugnaron el advenimiento de un nuevo orden, alcanzaron su fermentación durante el siglo XX, con esa plasmación en la praxis de las ideologías y cuyo resultado fue la debacle de las dos grandes guerras, con las secuelas de los vastos páramos yermos del nihilismo y la degradación más ominosa del ser humano, que, en definitiva, nos han convencido de que toda vida es imposible sin Dios.

TORO Y TORERO

TORO Y TORERO
Circulo de luz y sombra
donde se burla el miedo
en la porción de albero
mientras el timbal redobla.

Se citan toro y torero
donde el peligro se nombra
como el filo de una hoja
de navaja de barbero.

Robar su terreno al toro,
es provocar ese trance
donde burlar con un lance

posibilita la gloria
o posterna a la memoria
que al silencio cumple solo.

UN MODESTO RECUERDO DE JOSÉ MARÍA MANZANARES

UN MODESTO RECUERDO DE JOSÉ MARÍA MANZANARES
Hoy se ha producido una noticia que nos mueve a la grave  reflexión: ha fallecido el torero José María Manzanares. El hecho nos advierte  de que la arena de nuestro tiempo personal no para de deslizarse por la fina ranura de ese reloj imprevisto que controla nuestra duración.
El nombre de José María Manzanares indeclinablemente me transporta a los años infantiles. Aunque seguramente él nunca reparó en mí, de alguna forma compartimos aquellos años del despertar a la vida, cuya vicisitud permanece siempre renovada en el recuerdo. Habitábamos en barrios colindantes, coincidimos en el mismo colegio-aunque él por edad asistía a un curso superior- y, lo que resulta más gratificante, compartimos memorables partidos de football que espontáneamente organizaba la chiquillería en un descampado, entre nosotros conocido como campo "la hierba". Ni que decir tiene que el equipo que el capitaneaba llevaba siempre las de ganar. Entonces ya era conocido entre la chavalería por el "Tore", apelativo que en un principio yo desconocía que confirmaba su gran vocación: el toreo. Faceta en que tuve la fortuna de admirarlo en una suerte de simulacro taurino, desarrollado durante la fiesta de "Hogueras". Allí, en aquel  improvisado ruedo de la plaza Manila alicantina, un jovencísimo diestro, entonces aún José María Dols,  nos deslumbró con sus ya consumadas maneras como torero de salón. En ese gran momento desconocíamos que aquello era solo un pálido antecedente de la gloria que alcanzaría luego. El "Tore"ya no está entre nosotros, pero permanece su memoria. Descanse en paz.

GRANADA AGAIN

GRANADA AGAIN
Por encima de la Alhambra,
 el sol arreboles teje
en la madeja de nubes
que trae el tibio poniente.
Bajo sus recias almenas
galana yace Granada,
entre el bullir de sus zocos
y el deambular de sus gentes.
Verde la mira la tarde;
de grana, sierra Nevada.
No hay poeta que la cante
ni rima que ose glosarla.
Cuando se cruzan sus puertas,
las nostalgias acometen
el sueño viejo de Alándalus,
que desde el arco de Elvira
hasta las Torres bermejas
cubren el aire de endechas
y de promesas el día.
¡Qué gozo que da mirarla!
¡Qué prodigio de belleza!
Arabesco nazarí
que sin remedio enaltezca
el verso cuando de ti
desgranar quiera tu esencia.
Pues del palaciego gozo
a los claustros de arrayán,
o en los retirados cármenes,
así como en lo sotos,
permanece esplendoroso
el secreto de tu imán.

FE Y ATEÍSMO EN NUESTROS DÍAS

FE Y ATEÍSMO EN NUESTROS DÍAS
La Fe es la creencia viva de que en el mundo existe una transcendencia. Que la creación tiene un principio, y el devenir, un propósito, el cual nos conduce hacia una finalidad preestablecida. La Fe fue el argumento que fundamentó la vida de nuestros antepasados, aportando a sus incógnitas un significado.
La dureza de la existencia tuvo su consolación en esos frutos del Espíritu, mediante los cuales Dios no olvidaba al hombre. Porque el hombre, desbordado en el precipicio del pecado, solo pudo encontrar en la misericordia de un Salvador su redención y la promesa de vencer las cadenas de la angustia y de la muerte. Durante siglos el sacrificio en la cruz de nuestro señor Jesucristo libró al hombre de la desolación y la desesperanza. El que venció a la muerte cumplía la promesa de regalar a la humanidad la delicia de esos verdes pastos en los que sus ovejas recuperarían el paraíso, ese edén perdido, prometido en el salmo XXIII. La palabra del evangelio llenó de conocimiento la savia de esos siglos en los que la historia se abría paso en el caminar de los tiempos.
Dejando atrás la disolución del viejo imperio, la nueva fe fue convirtiendo a esos pueblos bárbaros que expoliaban el orbe, hasta que una vez cumplida la tarea se dispuso a crear ese nuevo orden de concordia, expresado en esa nueva casa de Dios: la catedral. Venciendo pasados temores se establecía esa  nueva ciudad de Dios, en la que el hombre, perplejo ante la vastedad del cosmos, se sentía recogido y justificado. Aceptando al Salvador, el hombre podía reconciliarse con la promesa que Éste ofreció al buen ladrón: "te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso". Este reinado del cristianismo en la tierra, durante siglos indiscutible, perduró hasta que las cabezas coronadas, monarcas absolutos, en los que por la gracia de Dios recaía la soberanía, perdieron su infalibilidad y sus testas rodaron cercenadas en la guillotina por la ambición de nuevas clases sociales emergentes, sedientas de poder. Entonces fue cuando se puso en duda todo lo establecido.
En su preludio, en plena ilustración, el pensamiento de Europa, por medio del prusiano Inmanuel Kant, ya puso en duda la capacidad del hombre para verificar el orden de la transcendencia. Este fue el principio, pues desde ahí la audacia del pensamiento se fue desarrollando con conjeturas cada vez más osadas. Con Schopenhauer, seguidor de Kant, Dios fue desbancado por la fuerza impersonal de la voluntad. Principio desaforado que explicaba la incongruencia del cosmos. Y por este camino, filósofo tras filósofo, desde el materialismo marxista al neopaganismo de Nietszche, Dios fue cediendo su lugar a toda clase de ídolos patéticos. En nuestra sociedad de hoy, laicizada, pasa por decoroso alardear de ateísmo, pero no concibo nada más triste que asistir a un funeral en el que la palabra de Dios sea suplantada por un incoloro panegírico sobre el difunto.

EN EL PERFIL DE LA NOCHE

EN EL PERFIL DE LA NOCHE
En el perfil de la noche
donde se gestan las sombras
y  los gritos ensombrecen
acantilados del alma,
donde los sueños  voraces
abren inquietas ventanas
y el destino se encubre
en un rigor de añoranzas.

En el perfil de la noche
negros repiques de ausencia,
desesperados, a voces,
claman alguna presencia.
Pero en las ondas del viento
solo responde un eco
de inopinada advertencia:
El fin del camino es largo,
muy sinuosas son sus sendas,
si a sus peligros escapas
tendrás franqueada la puerta
y el fuego de un hogar grato
donde saldarás tus cuentas.

ROMANCE POPULAR

ROMANCE POPULAR
Cae la tarde provinciana
a la sombra de la almena.
Sueña Alhambra, recatada,
el recuerdo de su pena.
Granada se postra lozana
a las orillas del Darro,
escondiendo tras sus arcos
el frenesí de los barrios.
Granada, gitana y mora;
en el solaz de tus patios
 triste la guitarra llora.

Al reclamo de la brisa,
un jilguerillo se mece
en la umbría del parterre,
trémulos los lirios blancos,
los naranjos y cipreses,
porque la tarde se mira
en la alberca de los peces.

Ella mira en la baranda
la filigrana del agua,
el reír de la corriente
entre castas flores que ornan
el rebrincar de las fuentes.
Alhambra  la misteriosa,
edén del Jeneralife,
en el fluir de las cosas
 cuánto calado tuvisteis.

TROYA

TROYA
Troya, pese a su descubrimiento por Schliemann, no dejó de ser legendaria. Simboliza uno de los grandes sueños de la humanidad. Los escuetos vestigios arqueológicos que de ella nos ha quedado apenas empañan la briosa grandeza de los cantos de la Iliada, extenso poema en que se conmemora una edad mítica del pasado heleno: la heroica. Frente a las murallas de Troya combatió una generación que imprimiría su huella ideal para el resto de los tiempos,  y que el canto emocionado del aedo ciego se encargaría de transmitir de ágora en ágora por la polis de Grecia, como esos otros ciegos pregoneros difundírían los viejos romances por Castilla.

La Troya arqueológica, la Hisarlik, concienzudamente estudiada por los especialistas, acaso presente vestigios de esa guerra que se dio en esa incierta edad oscura, donde los motivos, los hechos y los contendientes quizá poco tengan que ver con los relatados por Homero en sus poéticos hexámetros.
Homero desarrolla en su vasto poema un mundo mítico, fantástico al cabo, con ecos remotos de realidad, acorde con las aspiraciones de los Griegos. El poeta proporcionó a Grecia ese espejo en el que quisieron mirarse las generaciones, exaltó sus virtudes primordiales y prefiguró un modo gallardo de enfrentarse a la existencia. De su fuente bebió Grecia a través de los siglos, desde Leónidas a Alejandro, fundamentando en esa voluntad heroica el vivo sacrificio que dará impulso a sus pueblos. El precio de la sangre derramada desde  entonces será ejemplo para la expansión de las civilizaciones. Toda conquista es deudora de este consumado sacrificio. Estar dispuesto a pagar con la vida es el único rescate para nuestra libertad.

ROMANCE POR FEDERICO GARCIA LORCA

ROMANCE POR FEDERICO GARCIA LORCA
Estos aires de Granada
cantan tristes las cigarras,
al tremolar la guitarra
los recuerdos de la Alhambra.
La luna te mira amarga
mientras su plata moja
por los senderos del agua.
Granada, Granada blanca
de azahares y nevadas,
por el cristal de tus fuentes
fluye la voz de tu alma.
Granada, Granada  triste
cuando el poeta te canta
en la madrugada incierta
de fusiles y de arañas,
en la madrugada fiera
de relámpago y guadaña
cuando silenciar quisiste
el vendaval de tu entraña.
Federico Garcia Lorca
ha muerto. Pero aún vive,
pese al lodo de la fosa,
el verdor de su palabra.

UN TAL EULOGIO

UN TAL EULOGIO
A Eulogio los pensamientos se le iban de las mientes como, de los dedos, peces escurridizos. Cuando parecía que discurría sensatamente, ahí asomaba el dislate, la medio solapada paranoia que él creía a pies juntillas. Porque por tal incoherencia se sentía acosado, perseguido por inclasificables potestades que accedían desde la lejana memoria hasta el misterio de sus entretelas.
Eulogio era viejo, incapacitado(tenía amputada una pierna por encima de la rodilla), y nada ramplón. Aquella supresión de un miembro lo había vuelto reflexivo, lector y algo poeta. Su personalidad como la de cada hijo de vecino poseía varias facetas, que en la mayoría de los hombres son dos: una, por la que nos conocen los demás y esa otra, interna, en la que nos desconocemos. Preocupado por resolver esta ignorancia, ese discurso deslavazado del espíritu, había vuelto sus miras hacia Dios. Y como el que busca encuentra, un día tropezó con unos enviados que le abrieron la palabra del Creador de par en par. No tardó Eulogio en integrarse en aquella nueva hermandad que le proponía el abrazo evangélico y la seguridad de descorrer ese velo que preservaba el misterio del mundo. De la pluma de Reina y Valera reconoció a ese Jesús que mitiga la sed insaciable que despierta la oscura voluntad del mundo. ¿Y quién por apartar la angustia de sus sombras, por escapar del laberinto de su limitación, no se aferraría a esa mano tendida, perseguiría ese lucero que alumbra el camino en donde no se tropieza jamás?
Siempre se escuchaba a Eulogio orar con eco inflamado, asistir con asiduidad a las celebraciones semanales, después de públicamente haber aceptado a Jesús en su vida. ¿Sería Jesús ese amigo que lo libraría de ese terror ubicuo de sus sombras?
La vida de Eulogio se remontaba a setenta y siete años atrás, siendo jefe de gobierno don Antonio Maura. Sus años infantiles se resintieron de la carencias de la época, sobreviviendo inane a la dictablanda de Primo de Rivera. Llegó la república y se desató la guerra civil. Mauser en mano sobrevivió a las trincheras del Ebro. Tras la derrota del frente popular, purgó su inquina fraticida tras los muros de la prisión de Zaragoza. En sus mazmorras se licenció en el arte de la lidia; bien supieron sus cueros de la tauromaquia de Joselito y Belmonte. Una mañana, traspasó los austeros arcos hasta la claridad del día, que descubría los dulces azules de Mayo sobre extensos vergeles sin acotar. Por fin, ¡la libertad! Pero, ¿a qué precio?Como no sabía que hacer con su vida y no lo esperaban ya mujer ni hijos, se enroló en un carguero con bandera griega. Navegó de mar en mar, de continente en continente. El vagabundeo y el viento oceánico suturaron sólo sus heridas exteriores.Y así, un buen día, escondiendo tras su broncínea piel las lesiones morales, volvió a la patria. Aunque aun gobernaba el viejo dictador, el hierro de su política se había reblandecido. Por el concurso de unos conocidos logró un empleo como ferroviario. Circunstancia que dispuso su destino, pues en un descuido cayó bajo las ruedas de un vagón. Perdió una pierna, y acaso algo más, pues se le trastabilló el juicio. Su desolación perduró hasta que le acoplaron una pierna ortopédica. Fue por entonces cuando Eulogio, sin fe y con una pierna falsa, debió ingresar en la corte de los milagros  de Alcázar. En realidad, no se conoce quiénes componen esta cofradía, pero continúan congregándose aun desde los tiempos de Monipodio. Cuando la economía de Eulogio se resentía, despojaba el muñón de su pierna y recorría las ferias obteniendo pingües beneficios con solo extender la mano pordiosera. A su regreso a Alcázar, ciudad en no se sabe por qué había fijado su residencia, buscaba una pensión discreta, con apariencia de hogar, y en la que fuera bien atendido y no pudiera ser descubierto por los servidores de las sombras, que siempre avizores le seguían la pista. Y allí, en la penumbra de su alcoba. leía y releía los Salmos, y se consolaba con frases tales como "el que habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombra del Omnipotente" o "aunque un ejército acampe contra mí, no temerá mi corazón. Aunque contra mí se levante guerra, yo estaré confiado..? Porque no dudada que en tales versículos persistiría la luz, esa claridad de día que nos ilumina a nosotros, ciegos, y que por el sortilegio propio de su verbo se le tendería las única mano de salvación posible,  aunque tras de sí se cerraran las puertas sin retorno ni huida de las tinieblas.

LLUEVE (POEMA)

LLUEVE (POEMA)
Llueve.
Las campanas de la Misericordia llaman a sus fieles.
La tarde despereza la melancolía del otoño:
luz indecisa de cielo nebuloso,
un presagio que estremece la arboleda de Quijano
mientras el viento mece en ráfagas crepusculares.
Las fuentes ya callan la sed ardorosa del estío.
Rasea un pájaro en el aire humedecido,
¿será acaso un vencejo o los frecuentes verderones?
Las calles se despejan,
temen la tormenta avecinada,
el madurar de las horas incoloras,
ese inaccesible secreto
de la multitud que aborda los tranvías,
que tímida busca en sus arrecogías
esa otra realidad que acontece adentro.

CALENDAS GRAECAS

CALENDAS GRAECAS
Adquirí en un bazar, creo que de Rodas, la figurilla de un hoplita espartano, aderezado con toda su panoplia guerrera, desde las grebas a su tremolante cimera. En su mano derecha la larga pica; sustentado sobre el pecho el redondo escudo, ese sobre el cual debía regresar a la patria si no alcanzaba la gloria en la batalla.
Aquellos tiempos del siglo V a de C fueron míticos, constituyeron un jalón importante en la historia de occidente. No solo se venció a los Persas, esa primera  contienda donde el oeste prevaleció sobre el oriente, sino que se forjaron las primeras constituciones donde la ley reemplazaba al poder tiránico de los individuos y el pensamiento del hombre conoció su desarrollo en libertad, lejos del saber intuitivo de los mitos. Creyeron los griegos que en la insumisión, en el sacrificio osado y el valor de su espada, se les abrirían las puertas a un mundo diferente, hacia unos horizontes desconocidos donde el valor del hombre se definía en el ejercicio de su propia libertad y no en las resignadas cadenas de una uniforme esclavitud, sujeta a la pirámide inmovilista del poder. Pero, ¿verdaderamente venció el hombre esta vejada condición? ¿O la libertad constituye un pulso que hay que librar día a día, a través de las épocas?  Sí, la libertad se conquista en cada una de nuestras decisiones diarias y, acaso, en el certeza de una fe en la que sólo la Verdad nos hará libres.

SOBRE LA TRINIDAD DEL GRECO

SOBRE LA TRINIDAD DEL GRECO
Uno de mis predilectos cuadros del Greco es su Trinidad. Se cuenta que esta inspirado en una obra de Durero, artista que tuvo una importancia decisiva en la iconografía renacentista y dejó su huella más eminente en esa melancólica Nuremberg, ciudad de iglesias y gremios, a uno de los cuales perteneciera el mítico maestro cantor  Hans Sachs. Conviniendo que toda influencia es bien admitida y resulta incluso enriquecedora, cabe al artista sin embargo  la libertad en su interpretación. En su Trinidad el Greco resuelve a su maniera el conjunto, y en él se nos habla de sus otras muchas influencias, en este caso italianizantes. En el cuadro se observa una marcada emulación miguelangelesca. Contemplándolo diríamos que nos encontramos ante una de sus "piedades", si no fuera porque ese cortejo disímil de ángeles nos lo desmiente abiertamente. No fue el maestro florentino un buen diseñador de estos seres celestes, pues se contentaba con la terrena musculación de sus gnudi , que con gran profusión hacen de bisagra para su gran obra en la capilla Sixtina. Presencias angélicas para las que el Greco en cambio denotaba gran versatilidad. Pero es, sin embargo, en el Cristo donde se nos revela esa gran impronta manierista, en boga cuando el maestro de Candia convivio con otros colegas asiduos al palazzo Farnese de Roma. Allí se empapó el cretense de todos los postulados del genio de Caprese, como queda patente en el gran Cristo, cuya forma serpentinata  era tan del gusto de Miguel Ángel como de sus seguidores acérrimos, los manieristas.

Todo en el cuadro es una delicia: desde la transida majestad del Padre al sugestivo escorzo del Jesús yacente, pasando por la polícroma agitación del cortejo arcangélico hasta alcanzar la gracia cenital del Santo Espíritu envuelto en esa gloriosa luz dorada, cuya radiación llena de intensidad el mensaje del cuadro. En verdad, fue una suerte que don Diego de Castilla trajera al cretense de Italia, en esa época en que todo joven artista trata de emular, y aun de superar, a los grandes maestros reconocidos. En la Trinidad el Greco seguramente desborda el hieratismo de Durero y Miguel Ángel, dejando que rebose el gran lazo de divina humanidad entre padre e hijo, donde el primero aun reconociendo necesaria la ofrenda, no puede ocultar el amargo dolor por la suerte de su vástago.

No sé lo que pensarían o sentirían las monjas de Santo Domingo el antiguo al contemplar desde la capilla, en sus horas de misas, rezos y novenas, la cúspide de ese brillante retablo que les legó el Griego. Pero lo que es yo, al observar el pequeño cuadrito que cuelga sobre mi despacho, no puedo evitar entre los muchos deleites un estremecimiento.

CONSUELOS CIUDADANOS

CONSUELOS CIUDADANOS
Desde el establishment se intenta consolarnos de nuestro drama ciudadano con el partido semanal de football, aunque gane quien gane en ningún modo variará un ápice el  tráfago de nuestra existencia. Porque hay algunos  que en esta mera ilusión competitiva descubren un suerte de sucedeneo comparable con el que las distintas facciones romanas acogían el apogeo que los generales
 conseguían con sus triunfos. Que gane o pierda el equipo en el que por razones un tanto oscuras hemos depositado nuestra confianza, es algo que nos proporcionará esa necesaria dosis de ilusión y autoengaño equiparable a la de oxígeno en un enfermo con asma crónico. Verdaderamente, hay algunos que en el football han sublimado sus aspiraciones y sueñan que el gol de Ronaldo o Messi los redima de la frustración de sus limitaciones. Espejismo del que solo el tiempo los hará despertar.
Pero en nuestra sociedad existen otros más drásticos, o elementales quizá, que decepcionados acaso de que cualquier salida sea posible, han optado por ese antídoto de resignado existencialismo que supone la cerveza. Algunos de estos suelen reunirse esporádicamente en una esquina de la calle donde resido, lata de cerveza en la mano, sumidos en la socarrona charla que prevalece entre los adictos al rubio fermento. Seguramente son unos desengañados, que ya ni creen en el Barça, ni en la democracia, ni mantienen la ambición de que su vida pueda cambiar algún día. Se manifiestan como quien conoce que en la particular lonja de su sociedad ya esta todo el pescado vendido, y se contentan con que en el reparto se les adjudique aunque sea una mezquina parte de la morralla. A uno de estos integrantes lo tropiezo frecuentemente, siempre cerveza en mano. Viste con la informalidad del que ya nada tiene que aparentar y cuyo único credo es ya la cerveza, y con ella pasea las calles, en shorts y camiseta de sport, practicando la vieja filosofía que perdura en esta sociedad desde los griegos: vive lo mejor que puedas y deja morir. Porque verdaderamente su predilección por la suculenta bebida energética llega a extremos insospechados. Baste el dato de que dos o tres días atrás lo sorprendí en un barrió distante de la ciudad. Yo iba en el coche, camino del trabajo. El persistía en su sabio destino, lata de cerveza en mano, ropa fresca para mitigar los calores, y su macilento andar por la vida como de andar por casa. No creerá cuantas tentaciones de mejora le ofrezcáis, pues ya solo fía en el regocijo de ese preciado momento de ingerir sus latas de cerveza. ¿Qué es lo que se le había perdido en aquel lejano barrio? Tal vez se tratara de un enojoso imponderable. El caso es que él no apartaba de su sino la realidad de su lata de cerveza. Hablen otros del gobierno, del mundo y sus monarquías...Y ande yo caliente, y ríase la gente.
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SONATAS DE BEETHOVEN

SONATAS DE BEETHOVEN
Con sus sonatas Beethoven llenó de fascinación la intimidad familiar de occidente. Junto a la calidez del hogar resplandeció sobre los rostros  arracimados en torno al piano la llama de un misterio que al paso de dos siglos aun se sigue descifrando. Bajo su inspiración el instrumento alcanzó una expresividad jamás sospechada. Por vez primera un alma se vertía sobre el pentagrama vibrante del deseo, abierta a una corriente de vida desconocida. Toda forma se sujetaba  al aliento sincero del artista, transformado el equilibrio clásico en anhelo desbordado de infinito. El músico se aleja de las claridades más evidentes y sondea en ese espejismo subyacente de nuestra realidad, en busca de unas claves de las que pueda derivarse una respuesta: la respuesta agónica del hombre, la que en su perpleja finitud le acompaña.

La música de Beethoven se vierte con la virulencia de un torrente por serranos peñascales, brinca, cabrillea entre espumas, se precipita agitada siguiendo el designio de una ignota voluntad, busca sus senderos, no elude su necesidad, apunta variables horizontes, ávidos acaso de un sino sin contrastes: la vastedad del mar. Ese mar que la diversidad del camino justifique, donde la vida se trascienda en respuesta  serena y eterna, en luz que clarifique el misterio del sonido, cuya esencia sea radiación no sima insondable. Silencio. Oscuridad.

Es posible que al final del camino nos miren los ojos yertos de la muerte, que tras el misterio de la vida de la música nos aguarde el silencio. Silencio, olvido eterno, lo contingente contrito en su propia nada.
Pero sin el silencio no existiría la música:: contraste de silencios y sonidos en el tiempo. La música es grande porque sabe contener su propia negación, como nuestra vida preserva el germen de la muerte. Por tanto vida y muerte una sola cosa son. Pero lo importante es lo que haya más allá de la vida y de la muerte.

ASUNTOS GRIEGOS

ASUNTOS GRIEGOS
Atenas es una ciudad a la que hay que cogerle el gusto. Es la ciudad mediterránea por antonomasia. En su orografía y urbanismo puede darse la mano con muchas otras ciudades de la cuenca del mare nostrum. Cuando llegas a Grecia tienes la sensación de no haberte movido del sureste español. Aunque, en verdad, tal semejanza no deja de ser una aproximación a priori. Cuando se la va conociendo, una a una van surgiendo buen número de afortunadas discrepancias.

He conocido Grecia en dos provechosos viajes distanciados en el tiempo, pero que en cualquier caso permiten una perspectiva aproximada. Un primer periplo me llevo por buena parte de la Grecia peninsular, donde descubrí esos enclaves que dejaron una importante huella histórica, como la misma Atenas, o Delfos, u Olimpia, o Corinto, o Micenas, etc. Aquel periplo me permitió el contacto con sus viejas ruinas milenarias, esas a las que no ha perdonado el sedimento del tiempo, ni las convulsiones telúricas,  ni el poder destructor del hombre mismo. El devenir ha arrasado Delfos, sembrado un rompecabezas lítico que torna difícil discernir en su espejismo cuanto en realidad fue. Allí estaba el hogar de Apolo, en ese templo que ya solo reivindican un par de depauperadas columnas desafiando ya sin jactancia la plenitud del sol cuando alcanza su cenit sobre la cumbre del Parnaso. Qué decir de Olimpia, donde yace desmoronado  como por efecto dominó el magnífico templo de Zeus y en cuyo estadio resulta difícil evocar las aclamaciones de triunfo, a no ser que echemos mano de un oportuno Píndaro.
Pero a pesar de todo, sin contar con la fortuna de haber acompañado a Pausanias en el siglo II en su memorable Descripción de Grecia, podemos colegir que sus piedras siguen contando su gran época legendaria y aun podemos celebrar ese apogeo en el deteriorado perfil del Partenón o en la mirada todavía infinita de las caríatides de Erecteión.

Porque bajo su cumbre memorable, Atenas sigue viviendo. Como en la antigua Ágora, la ciudad se contempla en plazas como las del Sintagma u Ommonia; en sus calles se advierte un mismo inquieto pulular; en su comercio se conserva idéntico dinamismo al que tuvo en tiempos de Ampurias o Masalia, de Tartesos o Cerveteri; y en sus tabernas aun pervive el gozo del saber vivir, de saber aguardar el devenir con una actitud sabia y provechosa. Nada mejor que buscar el cobijo de sus sombras en la plena canícula de agosto, mientras se degusta un café fredo a orillas de Ágora y se contempla a lejos la fortaleza imperecedera de la Ácropolis.

VACACIONES EN GRECIA

VACACIONES EN GRECIA
He pasado unas cortas vacaciones en Grecia. Allí claramente se respira la esencia mediterránea pero remozada con un tinte oriental, porque como en alguna otra entrada apunté Grecia es la bisagra de esa gran dualidad. Reconocemos a occidente sobre la cima de la Acrópolis o en los paseos por el ágora, pero tropezamos con oriente en los bazares de Plaka, de Rodas o  Creta.

Lo que más llama mi atención de Grecia es su cambio de ritmo; allí el metrónomo de la vivencia oscila con una frecuencia más reposada. Entre latido y latido queda tiempo para saborear la vida. Una vida que en muchos de sus lugares presenta un concluyente matiz optimista, como de ello nos habla la síncopa estimulante de su música, ese Sirtaki o Bouzoki que invitan a celebrar con alegría y pasión cada uno de los momentos.

Hoy día los extranjeros reconocemos a Grecia por sus viejas piedras, en su mayoría vagos vestigios del paso de los siglos, de los terremotos y los expolios. Es lamentable que en suelo griego no exista una Pompeya que reivindique su glorioso pasado, que la distinguió como esa primera potencia de occidente, maestra para todo lo venidero. Esta gran sensación es la que se experimenta en la zona arqueológica del ágora o cuando uno, aun en plena canícula, tras confundirse en esa ilusión que nos propone el tiempo, decide emprender la escalada de la Acropolis.

Cuando alcancé la cima, y vencí el desnivel de los Propileos hasta llegar al área de los templos, supe que esa gran Grecia me esperaba: la que glosó Tucídides en su gloria y decadencia, y en cuyo odeón cantaran los trágicos con esa pasión que vence los siglos; y también allí, en ese hoy semidesmoronado  Partenón, fue donde Fidias acondicionó el  trono mayestático de Atenea, la sabia virgen protectora de la urbe. Es la Acrópolis, la sempiterna Acrópolis dominadora entre la transparencia azul de ese cielo griego, bajo cuya bóveda preside la bandera bicolor ondeando al viento.

MIKONOS

Mikonos no es una isla pintoresca por su particular orografía, que no pasa de ser accidentada y yerma, sino porque no deja de carecer de encanto en lo poblado. Su destino no debe distar mucho de otras aldeas marítimas a las que descubrió el turismo en su día, y que se desarrollaron conforme a lo que esta expectativa exigía. Seguramente pasó de ignorado pueblo de pescadores a boyante entramado comercial dependiente de sus visitantes. Un turismo que convirtió la remota isla de las Cícladas en un lugar para el recreo y el desmadrado regocijo, transformando el modus vivendi de los nativos desde una recatada subsistencia a un agitado mercantilismo. Sus naturales debieron plegarse a las condiciones que imponía esta nueva colonización, desconocida aun en lo tiempos de esa Grecia antigua, cuyos moradores fueran activos colonizadores y laboriosos comerciantes.

Mikonos es conocida por la blancura de sus casas, dispuestas en un entramado laberíntico,  que contrasta con la aridez de su geografía. Y es celebrada por las hierática majestad de sus molinos que dominan los lugares altos, por el marítimo encanto de su pequeña Venecia y por la diversidad ceremonial y menuda de sus iglesias blancas, que nos hablan, bizantinas, del secreto espiritual de su mediterraneidad oriental.
Chocan en Mikonos sus contrastes, que van desde ese lujo desmedido de su villas sobre las colinas escarpadas, de sus yates en el puerto, de esa juventud desmadrada que celebra su carpe diem en desaforadas bacanales, y que recalcan su contraposición con esos niños que mendigan pos sus calles, sometidos a una implacable esclavitud, acometiendo su subsistencia con sus desla-
vazadas melodías folclóricas interpretadas en su diminutos y patéticos acordeones.

POR EL ÁGORA DE ATENAS

POR EL ÁGORA DE ATENAS
Bajo un ardoroso sol cenital, escuchando el largo diapasón de la cigarras, mis pasos se detienen un momento: me rodea el "ágora". La Acrópolis señorea desde los alto: contempla desde su dolorida ruina la memoria de esas piedras desparramadas de la que un día fuera Atenas, la vencedora del persa.
Habría que ser un Byron o un Shelley para cantarla con la gravedad que demanda. Sus restos son vestigios de unos recuerdos rotos, de una enseñanza inerte que impide ver con claridad el zigzag inquietante de la historia.
Siguiendo sus senderos dormidos por los siglos va uno descubriendo la grandeza callada de sus piedras: a un lado la boulé,  del otro el  metroón , más allá la redondez del  Tholos. Por desgracia cuesta imaginar el conjunto en toda su magnitud, en la esplendidez de sus templos y stoas, en sus sedes tribunalicias y financieras. Nos queda el consuelo de acceder a esa maravilla que ha sorteado el peso de los tiempos: el templo de Hefesto. Nos cautiva su sereno equilibrio, la sencilla transparencia de su arquitectura. Al contemplarlo, nos deslumbra el reflejo de una polis que supo dar al mundo algunos legados impagables, como fueron la luz del entendimiento y la democracia. Verdaderamente sin lo que surgió de esas piedras hoy atormentadas del "ágora" no se puede entender el presente  y tal vez el futuro de occidente.
Sus viejos senderos ¿adónde llevan? Nos revelan la pista de inciertas calles por las que en su día anduvo Sócrates mientras aleccionaba o frecuentara con sus discípulos Aristóteles, el peripatético. En cualquier caso, no he podido resistirme a su fascinación y he vuelto a visitar, en mi segundo día de estancia en la ciudad, sus polvorientos senderos, sus impávidos cimientos, para empaparme de su secreta enseñanza, entre el timbre ensordecedor de las cigarras y las sombras frescas de pinos y olivos, llevado hasta esa dimensión en la que se percibe claramente el acabado logro de la belleza, de una belleza transida por la evanescencia del tiempo, que reconstruye con el rompecabezas de sus piedras derrotadas el perfil quimérico de su leyenda.

EL GROTTO AZUL (novela por entregas)

EL GROTTO AZUL (novela por entregas)
Era un día gris. Desde el amanecer bañaba el asfalto un leve llovizna. Justo al entrar en el coche, el móvil comenzó a sonar. Como todos los móviles, repetía una melodía machacona a la que uno acaba acostumbrándose o aborreciendo con masoquista resignación. La llamada provenía de la jefatura. Era el inspector Orozco, que reclamaba mi presencia inmediata en el kilómetro 35 de la carretera de la costa. Se trataba de un código 56, lo cual indicaba que habia por medio un fiambre, cuestión que a aquellas tempranas horas de la mañana se hacía tan indigesta como tragar un arenque crudo.

Con las primeras luces, Alcázar se desperezaba de su último sueño. Las farolas irradiaban una luz macilenta y aureolada, tamizada por la lluvia. El tráfico todavía era escaso; solamente los más madrugadores se encaminaban a sus trabajos en aquella mañana húmeda pero calurosa de agosto. Si hubiese sido en cualquier otro mes, en la calzada reinaría un auténtico caos. El tráfico sería lento, se rodaría en caravana y las aglomeraciones congestionarían las rotondas. Afortunadamente, transcurría ese mes de vacaciones en que los ciudadanos trasnochan, se acuestan tarde y se levantan ya bien entrada la mañana. Solo los más desafortunados- o lo contrario, ¿quién sabe?-proyectaban los focos de sus vehículos sobre el húmedo asfalto, haciéndolo relumbrar. El ruido de los limpiaparabrisas actuaba sobre los conductores como la disciplina de un metrónomo, manteniéndolos despiertos, pendientes de los latidos de la mecánica.

Más tarde, lo que había empezado como una leve llovizna, arreció un tanto. El agua caía a rachas, obligando en cada momento a regular la velocidad del limpia. En algunos instantes, sobre todo al detenerse en los semáforos, la realidad se desvanecía tras una cortina de agua. Se escuchaban algunos cláxones y el chapoteo de los neumáticos atravesando alguna zona encharcada.

Son habituales las tormentas en Alcázar, incluso en verano. En esa estación, llueve esporádicamente, pero cuando lo hace, es de modo torrencial. Aunque, en cualquier caso, en aquella mañana lo hacía moderadamente y todo hacía presagiar por el aspecto del cielo en lontananza que pararía en breve. Del lado del mar, se entreabría el desgarrón de un claro, por donde filtraba un primer anuncio del sol.

Fui descendiendo por la avenida Ramón y Cajal, en dirección al mar. A ambos lados de la ruta me saludaban los frondosos árboles de hoja caduca plantados por el ayuntamiento, con los que se pretendía engalanar la ciudad  vieja, algo carente de jardines y espacios verdes. El barrio de la Merced, en la nebulosa mañana, presentaba un aspecto un tanto onírico, como la estampa surrealista de un pueblo fantasma. Deshabitado, solo la lluvia y el olvido parecían abrirse camino por sus calles solitarias. Mi vehículo descendía intrusista y estruendoso buscando la costa. Cuando se llega al mar, desde la plaza del Mediterráneo la ruta se divide en dos direcciones, siguiendo el perfil costero. A la del norte era a la que yo debía acceder para alcanzar el punto requerido. Mientras encaraba la playa de Vistabella, encendía la radio para estar en contacto en todo momento con jefatura. No creí necesario acoplar la sirena al techo del vehículo, por encontrarse la carretera despejada y porque, como iba constatando por referencias puntuales de la centralita, se trataba de un caso con un moderado grado de peligrosidad. Solo constaba la posible  presencia de un cadáver, sin más alteraciones, en el piso catorce de un vasto edificio de apartamentos. Nada más. Todavía no se podía especificar más.
Como era de esperar, la lluvia cesó cuando llegué a La Guardia, una pequeña población turística, a pocos kilómetros de Alcázar. A partir de ahí, en toda la línea costera se suceden, urbanización tras urbanización, colmenas de apartamentos que colonizan todo el litoral hasta las afueras mismo de Vivancos, una de la joyas marineras de la Costa Esmeralda, como se conoce el borde marítimo d la provincia de Alcázar. Y era exactamente ahí, a pocos kilómetros de Vivancos, de donde procedía aquella primera urgencia matutina.

No tradé en llegar, con el sol ya reverberando en mi parabrisas. El lugar era conocido como la urbanización Las Perlas, un denso habitat compuesto por un conglomerado heterogéneo de rascacielos, rodeados de jardines bien cuidados, piscinas, pistas de tenis y hasta un pequeño supermercado que cubría las necesidades más inmediatas. Cuando aparqué mi citröen a un lado de la rotonda que interfería el eje de los edificios, una patrulla uniformada ya había efectuado las primeras diligencias. Me recibió un sargento, quien me puso al tanto de los pormenores y desglosó sus primeras impresiones sobre el asunto. Mediando aún nuestros comentarios, se presentaron dos patrullas de refuerzo. Se esperaba la llegada de una ambulancia y un médico forense. Tras reunirnos, el sargento dispuso a sus hombres atendiendo a la presente contingencia, mientras él, conmigo y un par de agentes, entramos en el amplio portal de edificio Stella Maris, bloque 4º de la urbanización Las Perlas.

El portero salió a nuestro encuentro. Era un hombre maduro, canoso, con aspecto algo cansino y un fino bigote blanco como los que se estilaban en los años treinta. Se trataría de uno de esos hombres que pretenden retener la añorada juventud. Parecía bastante azorado, como si el conocimiento del hecho ocurrido en el piso catorce hubiera dinamitado su equilibrio y su sosiego. Por sentido de la responsabilidad, se ofreció a acompañarnos, indicándonos el camino de ascensor. Una vez allí, tras breves segundos de espera, accedió a la cabina con nosotros. Nos miraba apesadumbrado, pero sin atreverse a hablar. El sargento Méndez le demandó la más precisa información sobre los inquilinos del apartamento 14F. Entonces nos reveló que el apartamento lo ocupaba una única inquilina, la señorita Vicky. Por cuanto calló el individuo, deducimos que debía de tratarse de una chica de costumbres bastante liberales. Al parecer vivía sola, pero solía recibir visitas masculinas con frecuencia. El portero dudaba de que el piso fuese de su propiedad.

Un duplicado de la llave del 14F nos franqueó la puerta del piso. El vestíbulo permanecía en penumbra, pero al fondo brillaba una luz. Dimos al interruptor y nuestra silueta pronto se reflejó en el espejo del recibidor. Todo en casa parecía normal, salvo cierto punzante hedor. No se apreciaban señales de violencia alguna; sobre una consola destacaba un jarrón con flores de tela y en la pared de enfrente, un pequeño cuadro con una estampa japonesa: una geisha cruzando un puente sobre un río, con el monte Fuji al fondo. Los muebles y electrodomésticos, al penetrar en el salón, que era el primer habitáculo en el que desembocaba el pasillo, estaban intactos y en su sitio; los objetos de decoración colocados con gusto, los escasos libros bien situado en el estante, la televisión apagada, una revista de Telva abierta sobre el sofá y un disco que giraba en pausa en el reproductor de cedés: se trataba de la Madame Butterfly de la Tebaldi y Bergonzi. ¡Ah1!, pero, eso sí, la luz del plafón dl techo permanecía encendida y el hedor se había intensificado, anunciando que su fuente no debía andar lejana. La descubrimos apenas entramos en la alcoba principal del apartamento. Un cuerpo desnudo de mujer, rígido y amoratado, yacía sobre el parqué a uno de los lados de la gran cama y entorno a un gran charco de sangre coagulada. Le circundaba el cuello una gran rebanada de cuchillo como un macabro collar de muerte.

Consulté al sargento Méndez acerca de quién había dado un primer aviso en jefatura. Contestó:

            -Al parecer un vecino advirtió al portero de que un fuerte olor salía del apartamento 14F y éste, alarmado, requirió por teléfono una patrulla.
            -¿Quién era la finada?
            -Una tal Sonsoles Vázquez Robledo; se hacía llamar Susi...
            -¿Vivía sola?
            -Es posible. No sabemos si el apartamento es cedido o alquilado.
             -¿Se sabe algo más?
             - El portero asegura que recibía hombres en el apartamento.
             -¿Era una furcia?
             -Una de esas putitas alto standing.
                                                                                   

                                                                                                   CONTINUARÁ



EL HOMBRE QUE GUSTABA VER PARTIR LOS TRENES

EL HOMBRE QUE GUSTABA VER PARTIR LOS TRENES
Trabajaba de firme durante la semana. Su horizonte se reducía al perímetro de la fábrica donde estaba empleado y al trayecto en automovil que lo devolvía diariamente a casa. Las casa, aunque la tenía inscrita como suya en el registro de su propiedad, la habitaba como si no le perteneciera totalmente y solo usufructuaba de ella las horas de monotonía que precedían al regreso al trabajo. Mientras permanecía en casa dormía, transcurría unas horas sin contenido y que solo se justificaban como prolegómeno de su horario laboral. Su vida parecía carecer de meta; era una máquina de subsistencia. Lo único que llegaba a redimirlo un tanto del ciego túnel de sus días era la llegada del domingo, en cuyas sosegadas mañanas se acercaba a la estación para observar la partida de los trenes. En el vestíbulo contemplaba la idas y venidas de los pasajeros, el tráfico frenético de las maletas deslizándose sobre el piso encerado en dirección a los scaners donde eran radiografiadas.

En verdad, su único anhelo era partir, partir hacia algún lugar donde la vida no se tasase como vulgar mercancía, partir hacia lo inopinado, lo utópico. Soñaba con emprender ese viaje diferente que no fuera el drástico viaje sin retorno. Por eso gustaba pasear los andenes y adquirir en las ventanillas ese billete de tren que lo transportase por los raíles de lo posible hacia un destino llamado esperanza.

ESCRIBIR, HOY

ESCRIBIR, HOY
No cabe duda de que la escritura hoy se ha desacralizado. Si antes significaba el privilegio de una singular élite, hoy se ha convertido en un democrático ejercicio para un amplio sector de la ciudadanía. La novela, que antes pertenecía al dominio de bien escogidas sensibilidades, hoy desvela sus claves para todo aquel que pretende acceder a ella. Si al escritor antaño se le tenía como una suerte de gurú u oráculo, esclarecido guía de las latentes aspiraciones de la sociedad,  hoy no pasa de ser un amenizador de los ocios de sus lectores, por muy selectos que estos sean. Si ser escritor antes suponía una categoría, hoy no pasa de ser una vulgar ocupación, y no de las mejor remuneradas.

En otros tiempos, ser escritor se definía como esa ocupación marginal, cuyo valor social no dejaba de ser discutible, pero que no obstante era respetada o cuanto menos tenida en cuenta. ¡Cuán diferente hubiera sido la sociedad victoriana sin los epigramas de Óscar Wilde! ¡O la Rusia prerrevolucionaria sin ese llamado a la conciencia que supuso la voz Lev. Tolstöi! ¡O cuánto hubiera echado en falta la España de la segunda mitad del siglo XX sin la figura desaforada de Camilo José Cela! Porque con Cela quizá se inicie el declive de esa vieja casta, y con él el escritor deja de estar ungido con ese ethos que marca la diferencia. Cela aún se tomaba el lujo de una personalidad excéntrica, la procedencia profética de una noble cuna, Iria Flavia, y el torrente de una voz que precisaba ser escuchada, porque acaso guardaba en ella el talismán de una secular sabiduría que a todos convendría aprender.

Es triste que escribir haya perdido el sortilegio de ese rito donde el autor derramaba su alma sobre el folio en blanco. Porque de ese extraño bautismo nacieron sicólogos tan finos como Dostoyevski o Balzac, genios tan incontestables como Shakespeare o Cervantes, o  buscadores de los inefable como London o Hermann Hesse. Si escribir en España era llorar en el siglo XX, en el XXI quizá se pondere con tintes incluso escatológicos.

DIARIO DE UN DIA

DIARIO DE UN DIA
Este es el diario de un día que no debe ser muy bueno. Para empezar, me he levantado dos horas más tarde de lo que tenía previsto. No paraba de soñar sueños inquietantes. Por eso, al despertar, me costó situarme en la latitud precisa en donde me encontraba. Aquella, aunque bien cómoda, no era mi cama sino la de un hotel, y me hallaba en Madrid. El despertador no había sonado y, con ello, había perdido esas horas cruciales en las que uno puede controlar el timón de la vivencia del día, o descifrar sus albures, para que éste nos resulte provechoso.
Desayuno en el bar de otro hotel que me sale al paso. Como no tengo ni ganas siquiera de organizarme el día, me dirijo ocioso hasta la cuesta de Moyano. En sus casetas encuentro algunas bagatelas que quizá determinen el resto de la jornada. Coincidiendo con un comentario mío formulado el día anterior en el que constataba que más se recordaba a Shelley por su mujer Mary, con su Frankenstein, que al propio poeta, vacilo en decidirme a adquirir la joya encontrada entre las hileras de libros. Se trata de su Adonais, en una vieja edición de Austral. Más tarde, en el Café del Príncipe, leeré su prologo junto a un comentario al texto.
De la primera inquietud que suscita, surge la pregunta: ¿Continúa siendo Shelley un poeta de la modernidad?
Si concluimos en esto, debemos añadir que no es un poeta de lo comercial. Creo que, como todos sus compañeros de generación, se constituye en poeta de élites, ante todo porque, mal que nos pese, la poesía continúa siendo un artículo para ese inmensa minoría juanramoniana. Minoría que se fraccionará más entre los seguidores estrictos del poeta de Sussex, puesto que los más se decantan por sus coetáneos Keats y Byron, cuando no Woodsworth o Coleridge, con ediciones más recientes en el mercado.
Volviendo a la cuesta de Moyano, casetas más arriba me hago con un ejemplar de una vieja obra de Umbral, Las palabras de la tribu. Umbral, que quería ser oído, empleó su artillería para abatir a los grandes elefantes blancos del parnaso patrio. Dirige sus dardos envenenados contra las figuras míticas de Azorin y Baroja:  Los dos grandes mastodontes noventayochistas que sobrebivieron a nuestra guerra civil y, acaso muy a su pesar, fueron testigos de las grandes transformaciones ideológicas de la modernidad. Si al autor de Mortal y Rosa se le atraganta el maestro Azorín, se muestra complacientemente moderado con ese otro alicantino genial: Gabriel Miró.No escatima el elogio y alaba la excelencia de su prosa, compadeciéndose de su adverso destino, del que nunca fue merecedor. Aunque fuera rechazado por la Real Academia, se constituye en el mejor paisajista y pintor de estampas de nuestra literatura.
Tras alejarme de la cuesta de Moyano abrumado por la insaciabilidad  del coleccionista, visito el Thyssen-Bornemidsza. Hay días en que nuestro espíritu se siente permeable, como una esponja, recibiendo del entorno una  inyección de vida, pero en este día no encuentro una imagen determinada que sublime mis momentos, ni el cubismo de Gris, ni los paisajes intensos de Church, ni las estampas venecianas de Canaletto. Observar cuadros desde el desinterés es una experiencia vacía.
La tarde acaba en otra librería, en la calle del Principe. Entre los libros expuestos encuentro uno de un viejo amigo. Como todos los suyos, me habla de sí mismo en su acostumbrado tono egolátrico milleriano. Sé que cuenta con la aquiescencia de algunos críticos; por mi parte, espero  de él ese libro creativo con el  que me convenza como escritor. Mientras, el misterio del crepúsculo se cierne sobre Madrid.

LA BIBLIOTECA MALDITA (PARABOLA)

LA BIBLIOTECA  MALDITA (PARABOLA)
Matías Zambrano era un hombre común en muchos aspectos: comía, dormía, trabajaba, soñaba, vegetaba; lo único que lo distinguía era que guardaba en casa una excelente biblioteca. Siempre se consideró un hombre gris, sin éxito, cuya voz jamás se elevaría sobre el resto del rebaño social. Desde niño intuyó que él nunca descollaría por ninguna aptitud excepcional y que su vida transcurriría bajo ese silencio indiferente que se reserva a la mediocridad, preludio de ese otro gran silencio que a tantos no espera tras la muerte.
Matías no destacaba especialmente en ninguna de las parcelas del hombre: su físico entraba dentro de lo vulgar y carecía de toda virtud atlética; su intelecto no se distinguía por ningún talento: en su vida estudiantil no logró rebasar la secundaria; en cuanto a su sensibilidad artística, adolecía de toda predisposición. Pero eso sí, poseía un espíritu inquieto, concienzudo, y dispuesto a satisfacer aquellas necesidades que dictaba su voluntad.
Aún en edad estudiantil, conoció el gusto por la lectura. Sus primeros libros fueron esas ediciones falaces que distribuían los vendedores a domicilio: alguna obra clásica, abundantes best-sellers y obras oportunistas sobre temas candentes de actualidad. Su voluntad dispuesta le ayudó a superar esa resistencia que muchos textos ofrecen para el lector principiante, y Matías, lejos de desdeñar  la lectura como una experiencia ardua y gravosa, tras rebasar los áridos senderos de las letras a trancas y barrancas, pues de las lecturas solo aprovechaba una sustancia más bien escasa, de un libro pasaba a otro. Así, como esos albañiles aficionados y autosuficientes que paso a paso, ladrillo a ladrillo, construyen su propio hogar, Matías fue coleccionando esas primeras obras que supondrían los cimientos de su biblioteca futura y su sedimento cultural como lector.
El mundo rodó, y Matías fue creciendo, y con él su biblioteca. Durante su juventud, sus adquisiciones eran más bien limitadas, pues el grueso de sus lecturas correspondía más a obras prestadas. Pero todo cambió cuando logró acceder a un puesto de trabajo y comenzó a fluir el dinero a su bolsillo; un dinero que no le permitía excesivas libertades, aunque sí la de costearse lo que comenzaba a ser una modesta biblioteca.
Como a todo estudiante fracasado, a Matías le roía el gusanillo de proporcionarse una sólida cultura autodidacta, prurito que le impelió a adquirir obras de la más diversa índole y materia, que leía y releía con fruición.
Pasado el tiempo, nuestro lector, siguiendo el curso natural de la vida,  prosperó, adquirió una casa propia, en una de cuyas salas decidió instalar lo que sería su nueva y flamante biblioteca. El mismo se preocupó de escoger una buena madera para las estanterías y de colocar el gran volumen de libros, ordenados por materias y autores. Cuando la vio toda reunida, orgulloso de ese gran tesoro congregado y del cual él podía disponer de primera mano, respiró profundamente satisfecho.
Un dato a señalar de la condición de Matías es que no se casó, como consecuencia de unos amores frustrados que lo desengañaron de las componendas del amor. Ausente de afectos familiares, salvo los de sus padres que eran ya viejos, depositó sus esperanzas en las satisfacciones que pudieran proporcionarle sus aficiones literarias y el cultivo abnegado de su biblioteca. Pues ésta, lejos de desengañarle, se había convertido en refugio en el que resguardarse cuando atosigaban las ásperas contrariedades de la vida.
De tal modo este furor coleccionista se volvió tan apremiante, que resultaría difícil señalar dónde acababa la virtud y empezaba el vicio. Llevado por su afición, ya no solo leía sino que coleccionaba. Su fondo de biblioteca ya no solo se nutria de obras recientemente editadas sino que iban sumándose gran cantidad de títulos de los llamados de ocasión. Le gustaba hacerse con raras ediciones, con viejos libros editados en su día y que hoy ya no se podían localizar en el mercado. No cabía duda que su biblioteca, para tratarse de la de un hombre común, debería de ser de las más excelentes de la ciudad. Y, como no tenía hijos, pensaba que cuando él faltara la donaría a cualquier institución, de modo que en cierta forma su nombre sería recordado.
Por fin, a sus cincuenta y cinco años, la vida parecía sonreírle y su ingente biblioteca colmaba gran parte de sus necesidades, en mayor medida las espirituales. Como los antiguos griegos, hoy podía decir Matías: yo soy mi "paideia".
Matías Zambrano era lo feliz que podía permitir la rudeza de la existencia, cuando en una librería de lance, llamada El Ágora, adquirió un rancio ejemplar de "Los sueños" de Quevedo; ejemplar que al parecer en otros tiempos había ocupado un  sitio de privilegio en la biblioteca de un gran escritor: Azorín. No sabía que con la remembranza del genio de Monóvar, el libro traía otro secreto menos grato en su interior: la polilla. Silenciosamente los ácaros, tan corrosivos como el autor de las Zahurdas de Plutón, fueron haciendo su trabajo ante la inocencia del propietario, que lo había colocado entre otros libros de su biblioteca, olvidándose de él hasta que llegara ese momento señalado en que pudiera disfrutar de su lectura. Tan ajeno estaba de cuanto ocurría en su biblioteca , que partió de vacaciones. Permaneció ausente quince días, recorriendo las más frescas latitudes de Asturias y Galicia. A la vuelta, decidido a pasar una fértil mañana disfrutando de sus tesoros bibliográficos, escogió un ejemplar del Quijote comentado por Celemín. Al abrirlo, el libro se desojó al hojearlo como otoñal  hojarasca y se desmenuzaba al tacto como seco serrín ya solo útil para ser barrido. Despavorido, Matías Zambrano, se precipitó hacia los estantes, y no pudo reprimir un gran grito de ¡horror! cuando comprobó que toda la biblioteca se había infectado.

LA TRASTIENDA DE ÓSCAR WILDE

LA TRASTIENDA DE ÓSCAR WILDE
Óscar Wilde es reconocido por todos por la agudeza de su ingenio, ingenio que le llevó a pulimentar los epigramas más incisivos, matizados y sagaces. Pero he aquí descubro una de esas sentencias en que me resulta difícil reconocerlo. Dice así: "El poder nada es en sí mismo: lo hermoso del poder es que permite hacer el bien."
Aquí nos encontramos con el Wilde más elemental, el más comprometido con sus propios principios; ese que anda de la mano de la sencillez franciscana y la solemnidad de su De Profundis. Este es el Wilde que nos gusta encontrar, el madrugador que no ha tenido tiempo de enmascararse tras de sus afeites.De común se aprecia en él su talento mordaz, la inteligente elegancia de su discurso, la decadente puesta en escena, la contumacia cínica del pecador, pero nada de esto nos convence ya tras de leer la honestidad de su aserto; y así pretendemos quedarnos con ese otro Wilde que persiguió la sobria belleza franciscana en humildes ofrendas líricas como el Ruiseñor y la Rosa y otros  pequeños cuentos tan logrados como El Gigante Egoista.

EL PANTEÓN DE QUIJANO

Sé, porque lo he leído, que Gabriel Miró escribió algo sobre el Panteón de Quijano; en aquella semblanza, con la rica y profunda prosa que en él era habitual, describe las virtudes de este pequeño parque situado en el mismo corazón de Alicante. Dicho parque ocupa una manzana delimitada por una verja, cuya entrada encara la popularísima plaza de España alicantina, espacio que también acoge su ya legendaria plaza de toros.

Me resultaría imposible emular las calidades de la prosa con que Miró engalanó la descripción de dicho parque. Diré, escuetamente, que el parque se constituye como el jardín romántico de Alicante. Por él, a través de las décadas, se ha sucedido gran parte de la historia ciudadana. Quijano, creo que fue gobernador de Alicante, y que sus méritos debieron ser consistentes como para granjearse la dedicación de tan hermoso vergel.
El Panteón tuvo mayor protagonismo en mi vida durante mi niñez y adolescencia; a el nos llevaba mi madre para aprovechar los momentos de expansión o de merienda. Ni que decir tiene que el lugar nos hacía soñar y propiciaba el desarrollo de nuestros juegos. Bajo sus frondosos árboles, en sus rincones umbríos de fronda, al murmullo de su fuente discurrían momentos enriquecedores para nuestras almas infantiles, que entre la lujuriosa enramada transportaba nuestra evocación hasta los más paradisíacos enclaves. Allí nuestro espíritu se ensanchaba, gozaba del valioso regalo que ofrecía la imaginación. No puedo negar que aquel lugar era uno de mis rincones favoritos en la ciudad, donde uno podía olvidar por unos momentos el rigor de la disciplina, tan constrictiva para la frágil voluntad de los niños.
Con el paso de los años, el Panteón continúa en el mismo sitio, reteniendo su ancestral encanto. Pero a nosotros ya no nos queda tiempo para visitarlo. Reparamos en él cuando llega el otoño y las hojas caídas de su secular arbolado llenan la calle con su quebradiza hojarasca , en tanto la ventisca, formando remolinos, preludia la tormenta. Pasamos junto a su verja, y nos decimos ¿aún permaneces ahí, fiel testigo de nuestra vida?
Pero el jardín, en Alicante, que es ya una gran ciudad, aunque a nosotros se nos haga indiferente, tiene objeto para otros. Hasta hace poco el parque solían visitarlo los mendigos; en sus pródigos bancos sesteaban y bajos sus sombras mitigaban los calores del día, hasta que la policía, atenta, se dedicaba a desalojarlos a una hora prudente .  Constataremos, no obstante, que hoy ya no quedan mendigos en el parque, porque ya no existen los viejos bancos. Me digo: ¿Quedarán al menos niños para disfrutarlo y soñarlo, y gozar allí de esa vida auténtica que es su mundo de ilusión?

ELECCIONES EUROPEAS

ELECCIONES EUROPEAS
En estas votaciones me he sumado a la estadística  más común en toda Europa: la de la abstención. Los distintos partidos que pugnaban por mi voto, han visto sus expectativas defraudadas. En verdad, que este pasado venticinco de Mayo no existía razón alguna que justificara el ejercicio de mi más intransferible derecho democrático. Esta abstención, más que un rechazo manifiesta un desencanto, cuya razón tiene que ver, más que con la falta de estímulos del entorno político, con mi situación personal.  La verdad es que las propuestas de los partidos mayoritarios me han dejado de seducir; ya no espero nada de ellos. A su vez Europa se ha convertido en un macrooctópodo cuya voluntad y sistema  psicomotor vienen regidos por ya sabemos quién,aunque  permaneciendo sus fines aún bastante confusos. ¿Cuándo salgamos del  lóbrego túnel veremos alguna luz, o ésta solo iluminará a los pocos? Porque lo cierto es que tal diversidad que pudiera parecer irreconciliable resulta bastante difícil de digerir,  y sus objetivos tan inciertos como desalentadores,  y uno duda mucho que de semejante maremagnun pueda surgir algo substancial, algo cuya resonancia alcance a un discreto ciudadano de un país períférico, al que han hecho tragar, pese a su pesar, obviando treinta dilatados años de vida laboral que nada sabían de la burbuja inmobiliaria, el marrón de la crisis. España es posible que salga a flote, pero dejando como legado el viacrucis en que se han convertido nuestras vidas, que abarcan el más amplio espectro de la depauperación.

Con nostalgia observa uno a los muchachos de "Podemos", quienes aún creen factible que, partiendo de cero, se pueda alcanzar el infinito.


CEZANNE EN EL THYSSEN

CEZANNE EN EL THYSSEN
El museo Thyssen nos sorprende bastante a menudo con excelentes exposiciones temporales. Algunas magnificas, como fueron  las de Turner o Pissarro. Por estos días (creo que aún se exhibe) podemos contemplar una dedicada a la obra de Cezanne. Cezanne es considerado por la crítica como el postimpresionista rompedor, ese eslabón perdido entre el viejo arte y el nuevo. Verdaderamente, sin Cezanne no puede comprenderse el cubismo, el neoexpresionismo y todos los demás ismos. En su tiempo, se marginó del impresionismo, para refugiarse en la soledad de una vanguardía incomprendida, siguiendo la estela de Gauguin y Van Gogh. Y verdaderamente fue un incomprendido, como negativamente lo describe su amigo de la infancia, Zola, en su novela La Obra. Sea o no Cezanne, en definitiva,  el artista fracasado retratado en dichas páginas, lo cierto es que no gozó de un reconocimiento completo en vida. Y es que Cezanne me parece un artista difícil, el artista que por primera vez no busca la belleza en su arte; nos habla de una nueva realidad, de nuevos caminos que nos pueda ofrecer el cuadro, de una simbología prematura que determina la obra. Las claves por las que se regía Cezanne no las conozco, pero como aficionado me procura ciertos reparos, especialmente como paisajista. Si su maestro Pissarro supo desvelar el misterio del paisaje, con una frescura que justificaba su trabajo de campo, Cezanne me transmite la incomprensión de un paisaje opaco, mermado, silencioso, donde no se presiente la voz de esa naturaleza retratada. Me parece enfrentarme a un paisaje muerto, diluido en geometrías, empastes y colores neutros. ¡Que buen pintor era Cezanne de  bodegones y naturalezas muertas!

AUDREY HEPBURN

AUDREY HEPBURN
Google conmemora en su variable logotipo el 85 aniversario del nacimiento de Audrey Hepburn. ¿Qué queda por decir de esta significativa actriz, convertida a día de hoy en uno de los iconos más indiscutibles del cine? Se la recuerda por su buen hacer y por una natural distinción que su personalidad transmitía, enamorando con su encanto a cualquier espectador con un mínimo de gusto. Porque Audrey no es un mito erótico. Lo de Audrey fue un saber estar, en cuya trayectoria en ese mundo algo alocado de Hollywood supo mantener la dignidad.
Con su primera película, "Vacaciones en Roma", supo dar la campanada, pues su naturalísima interpretación le granjeó el oscar de ese año, en un papel en el que le tocó dar la réplica a una de la figuras míticas del cine de la época: Gregory Peck. Tras Vacaciones en Roma, seguramente le lloverían las ofertas, las cuales supo escoger con sabiduría para crearse una filmografía de las más personales y sugestivas en la historia del séptimo arte. Cada uno de sus personajes ostenta una vitalidad nada común, y alguno de ellos son magistrales, como el ya mítico de la Holly Golightly  de Desayuno en Tíffany´s, que ha pasado a formar parte de la idolatría cinematográfica. Con dicha interpretación, más que un personaje creo un mito, un mito quizá empalagosamente venerado por uno de los sectores más frivolizados de nuestra sociedad, el del mundo del diseño.

Rara es la pelicula de Audrey exenta de calidad. Incluso en la aséptica Guerra y Paz, su interpretación de Natacha es fundamental para sostener un film que no puede por menos que empalidecer ante la novela de Tolstoi. Escogió, pues, sus papeles con gran acierto y con ellos creo películas hoy míticas, como Sabrina,Charada, Dos en la carretera, incluso Sola en la oscuridad, en la que nos regala una de sus interpretaciones más vibrantes y llenas de matices. Nada más que decir, sino que el cine perdió mucho cuando Audrey se nos fue.

¡VIVA VERDI!

¡VIVA VERDI!
Verdi es uno de los compositores sobre los que guardo más reservas; su música no acaba de convencerme. Aunque la amplitud de sus registros impide un enjuiciamiento drástico. Coetáneo de Wagner, representa para la ópera italiana lo que el músico de Liepzig para la alemana. Asume ese nacionalismo en el que musicalmente se encontró el pueblo italiano, en operas tales como El Trovatore o Nabuco. En su larga trayectoria, que ocupa gran parte del siglo XIX y principios de XX, los italianos descubrieron sus señas de identidad; de este modo el piamontés reinventó el alma de italia. Incluso la siglas de su apellido sirvieron de consigna independentista: ¡Viva Verdi!: ¡Viva Victor Enmanuel Rey de Italia!

Su ingente obra se presta tanto a juicios adversos como favorables. Como buen romántico su fuerte se encontraba en el drama histórico romántico, género en el que alcanzó tanto las cotas más altas como los logros más triviales. Se puede reconocer en él al inventor de ese teatro de cartón piedra, en cuyas interpretaciones prevalece el más afectado manierismo. Pese a lo cual no se puede negar el encanto que alcanzaron dichas creaciones, donde como en el caso de El Trovador la frescura de su música logra convencer aun al más exigente de los diletantes. El Verdi genuino es ese, el que llegaba al pueblo aplicando los recursos más arteros y coloristas, como ocurre en el caso de La Traviata, en donde despliega el más fecundo repertorio de melindrosas convenciones e ingenios de artificio. Sus efectistas gorgoritos sin duda complacen a ese aficionado que busca la ópera ópera.

Un giro distinto se dio cuando el compositor se tropezó con Shakespeare. No sabemos si el milagro se produjo por influencia del uno a hacia el otro, o viceversa, pero en esta simbiosis la música de Verdi alcanzó un tono menos efectista y más penetrante, más complejo al describir sus personajes, más veraz y desarrollado al proponer el drama. Otelo fue su gran logro musical; su fraseo puede codearse con el de Shakespeare. En Macbeth me parece que su música no abarca la grandeza del drama. Con Falstaff  logra identificarse con el tono de amarga comedia que el bardo alcanzo con este retrato del Quijote-Sancho inglés. Nos queda Don Carlos, pues Verdi no fue perezoso ni con Schiller, y cómo no Aida, siempre Aida, el triunfo de la obra por encargo.

YUSTAPOSICIONES

YUSTAPOSICIONES
Madrid. Primavera.
Las cumbres de Guadarrama
permanecen nevadas.Gabo ha muerto.
En Ucrania se debaten en las calles
gubernamentales y prorrusos.
Bonanza: anuncio del estío.
Es viernes Santo. La ciudad es un hervidero.
Rumor de muchedumbre en los pasos procesionales.
Calma tensa. Lamento de saeta.
En Korea aún se busca a los desaparecidos
del naufragio. En las ciudades, la vida
aguarda su milagro cotidiano.
Nicaragua y México
presienten un gran terremoto.
Se tiembla por los miles de muertos probables.
Mejor no haber amanecido.
En Madrid se masca júbilo de ciudad festiva.
No hay tráfico. El aire se densifica
en la templanza de poniente.
Esperanza. Se sabe que vendrán
días amargos. Se remueve la tierra
buscando cadáveres desaparecidos.
La naturaleza celebra la gloria de su fecundación.
Viene la brisa cargada de polen;
El Prado es un revuelo de semillas.
¡Vivir aún es posible entre las treguas
de la tormenta, el conflicto,
la catástrofe y la muerte!
Primavera.Madrid

GABO, IN MEMORIAM

GABO, IN MEMORIAM
Nunca como hoy las letras hispánicas se visten de luto. Gabo ha muerto. Nos ha dejado a una edad prudencial, regalándonos el legado inimitable de sus obras. Puedo vanagloriarme de haber leído gran parte de ellas, desde que su "Cien años de soledad"  irrumpiera con ese milagro literario conocido por todos como el "boom". Porque básicamente esta novela fue la generatriz de otras muchas que llenaron luego el universo literario hispanoamericano. Para mí, como para tantos otros, supuso una revelación, una manera diferente de entender la literatura, y fue, sin duda, nuestro norte en la brújula para acceder a esa nueva novela. Cien años de soledad, el gran culebrón mágico de la saga de los Buendía, penetró en nuestras letras con la fuerza de un tifón caribeño, aportando esos aires nuevos con que siempre se oreó nuestra ajada literatura. Porque invariablemente esos aires nuevos vinieron de américa, con José Martí y José Asunción Silva en el XIX, con Rubén Darío y Neruda en el veinte; con ellos nuestra modernidad aireó los sórdidos desvanes, hediondos de un ya periclitado Siglo de Oro.

Porque en España se hacía una rala literatura, constreñida por los impedimentos de un régimen tiránico y censor. Tan sólo destacaba un Cela, más como personaje que por sus propias obras, mientras Umbral todavía era un desconocido. Imperaba una literatura social deudora de los fantasmas de la guerra civil y que inquiría en el yermo panorama de postguerra para describir su propuesta desolada. Andando por ese páramo inhabitado de nebulosos horizontes, llegó la novela de Gabo. Verdaderamente, significó un "boom", una explosión que hizo estallar por los aires las astillas de ese viejo carromato, arrastrado por los famélicos jamelgos de nuestra letras. Ya no volvieron a escucharse sus cascabeles.

Descanse en paz Gabriel García Márquez, quien nos recordó a todos ese Macondo entrañable que llevamos cada uno en nuestro corazón.

LOS ELEMENTOS: AGUA

LOS ELEMENTOS: AGUA
¡Aguacero, torrente, inmensidad,
Río, lago, mar u océano!
En lo inestable te sientes primordial.
Te ignora la luz de los rayos, profundidad;
profundidad de abismo, averno frío, precipicio
donde se hunden las tinieblas sin indicio
de retornar. Allí donde rugen los ángeles
caídos o habita el gran silencio de las simas,
cráteres de la desesperanza. Desolación
que extiende incierta su duda y sus cascadas
en tanto entona la arcana canción no revelada.

Agua, mar de las civilizaciones, pingüe
cuando el hombre te surca
y su vela hiende el horizonte infinito.
Allí donde te descifra el hemisferio y la brújula
y las arenas de tus playas son refugio
del naufragio de los héroes.

Hoy a tus orillas vuelvo,
como al  regazo de una madre;
porque en el eterno movimiento
de tus ondas se consagra el milagro
de la vida, se hace la mar prodiga, sustento
de todas las criaturas. Mar.
 Conciencia azul que late indivisa,
conciencia del tiempo, en cuyo vaivén
garboso planean las gaviotas
y los peces sondean entre turbulencias
los senderos sin número del océano.

Tu movimiento variable mece, sacude, ¡despedaza!
y pretende revelar el misterio y los orígenes.
¡Qué me cubra el mar de azules y espumas,
con el brillante centelleo que reverbera sobre sus ondas!
¡Qué me cubra el mar con el armiño lapizlázuli
de su manto regio, acribillado de miríadas de estrellas!
Que me recuerde el mar como uno más de sus marinos,
o que con su  húmeda indiferencia
cubra mi nombre de olvido.
Que me cubra el mar del solsticio y no el desmesurado
de la galerna cuando vomita el sumidero de Hades
sobre el despeñadero de rocas y acantilados,
devorando con duras dentelladas
la estéril agonía del náufrago.


Río. Rio que discurre, sereno y melodioso,
saciando la sed inagotable de los pueblos.
Río de la vida,o río de la desesperanza;
Ríos de Manrique; corrientes duraderas
que traen el anuncio del tiempo renovado
o la dulce eternidad de los valles remansados.
Río que te escuchas con tu cántico de perlas
descendiendo fresco y sinuoso por tu lecho de guijarros.
Corrientes arcaicas como el despertar del mundo
cuyo alegre manar sacia la sed del peregrino.