Mis ojos miran atrás



Aguardo el timbre de un teléfono inerte.
Es tan larga la vida y tan corto el amor,
y el olvido una travesía de nostalgias
que siempre regresan a lo perdido.
Representa el desamor un periplo agónico
entre cuerpos vacíos y sexos ofrecidos
bajo el farolillo candente de la desesperación.
Una vez canté tu desbordada juventud
hasta abrasarme de pasión; pero hoy solo me resta
un aislado suspirar en la noche, un frío
de ausencia en la cama y una esperanza frustrada en el corazón.
Mis ojos miran atrás, reconocen el largo camino
de  interminables noches ansiándote,
llenas de compungidos recuerdos
por la emoción estremecidos,
que de ti se ocupan con obstinada permanencia,
llorando de años y de soledad sin ternura.
Tu imagen se desvanece cuando la intento atrapar
y busco rescatar los contados momentos que irremediablemente pasan,
como el fulgor arrebolado que los crepúsculos traen
mientras no ceso de escuchar el viejo disco de baladas de Joan Baez.


Lucy in the sky whith diamonds y los misterios Eleusinos

Parece ser que los misterios de Demeter, en los cultos Eleusinos, se relacionaban con la ingestión de una variante del ácido Lisérgico, componente del que también consta el moderno y sicodélico LSD. El iniciado era transportado a otras regiones de la conciencia, e incluso era creencia de los fieles a estos cultos que su almas viajaban hasta las sombras recónditas del Hades, donde les era revelada la verdad del misterio del mundo y lo que les devendría tras atravesar la frontera de la muerte. Creer que por la estimulación de una droga se accede a otros estratos reales de la conciencia y que lo que el viajero sicodélico descubre son los fundamentos inaccesibles de la verdad, que en estado de normalidad están vedados, lo considero, si no contamos con mayores argumentos, que pertenece al terreno de la conjetura. Ciertamente, el consumo de ácido Lisérgico depara una experiencia psíquica o espiritual, acaso religiosa, difícil de evaluar y de desentrañar en rigor su verdadero alcance. Tesitura que implica no pocas interrogantes:  ¿Lo que el viajero divisa o experimenta resiste cualquiera verificación irrevocable o empírica fuera de él? ¿Supone su percepción la constatación de una realidad objetiva?¿Cabal su aproximación a lo numisoso? ¿Los resultados de su psique transgredida pueden representar un contrapeso en la balanza de la conciencia?¿Ofrece acaso ésto alguna conclusión determinante para su destino? Es más, ¿sus procesos anímicos entrañarían algunas consecuencias en el terreno moral? ¿Sería éticamente justificable aunque él lo creyera? ¿Implican algo más que un proceso psíquico restringido a un juicio crítico subjetivo? ¿Lo que el drogado atisba son acaso otra cosa que alucinaciones, que acelerados espejismos neuronales, que vagos espectros de una consciencia escindida? El LSD destruye el equilibrio del espíritu, quebranta la superficie apaciguada de la conciencia dejando al descubierto cuanto de ignoto y abrupto oculta nuestro ser inconsciente. Al ingerirlo aflora ese magma ancestral que configura nuestro espíritu, o ¿acaso su tangibilidad es tan sutil como la materia de los sueños, de lo ilusorio?. ¿Puede un sueño condicionar nuestra existencia? ¿Entrañará su consistencia alguna gravedad cuando nos presentemos ante el tribunal de Dios? ¿Traspasará en su sintomatología esas puertas que Kant creyó infranqueables revelándonos la esencia del noúmeno? ¿Qué hay de real tras esas puertas de la supraconsciencia?

Paseo por los santuarios de los libros

Como muchos fines de semana, he cursado visita a los antros culturales y cultuales de los libros. Del periplo, en muchas ocasiones, se obtiene algún fruto. Siempre se espera la sorpresa de descubrir algún volumen de interés. Sin haber reconocido nada comestible, sin embargo, llegué a la sección de filosofía  donde me aguardaba una tentación impensada. Era un librito fino, caro en relación a sus dimensiones, que nunca hubiera despertado mi curiosidad de no haber llegado hasta él por referencias. Estas provenían de un divulgador de filosofía por YouTube, quien hace mención del título en relación al contenido del asunto sobre el que estaba disertando: El arte postmoderno. Fácilmente se adivina que el libro al que me estoy refiriendo es "La condición postmoderna", de Jean Françoise Lyotard. Este libro fundamental para comprender los actuales descarríos del arte, en principio presenta una piel que se resiste a ser catada. Lo digo, en referencia a su estilo, cuya fragosidad intrincada se anuncia apta para espantar a los ingenuos. Tales ensayos se enroscan como puerco espines, remisos a que les hinquemos el diente. Pienso que a pesar de su intimidador alambre espinoso de disuasión, llegaré a saborear su enjundia, como el colmenero paciente que se abre camino hasta el corazón del panal. El tema del arte me interesa  desde cualquier punto de vista, y un asunto como el de la postmodernidad no puede pasar desapercibido para quienquiera que practique alguna de sus facetas.
Debo decir que mi apetito como lector se ha morigerado, o tal vez que su apasionamiento se avive según las épocas. No estoy pasando por uno de esos momentos del lector compulsivo que devora toda letra impresa que caiga en sus manos sin mayores miramientos. Se puede ser un encenagado literario, pero también hay que bañarse en los manantiales de la vida. Con esto quiero decir que mis circunstancias actuales vedan la consagración monacal al libro. Ciertos compromisos insoslayables influyen sobre mi avidez de lectura.  Despiertan mi desinterés sobre algunos géneros, sobre todo la novela, la cual ha de reservar alguna excelencia que me incite a seguir su hilo hasta el final. He comenzado varias, que tras las primeras cincuenta páginas, por una razón u otra, me hacen desistir del empeño de concluirlas. Considero bastante bien escrita, Thérèse Raquin de Zola, pero el asunto del homicidio del marido por parte de una adúltera y su amante despierta importantes cautelas de gusto. Una impresión análoga a su vez experimenté ayer tarde durante la lectura por séptima vez de La montaña mágica, donde ese Olimpo de la enfermedad suscitó la fatiga de quien anhela la salud, la vitalidad marina frente a la ciénaga corrompida. Claramente, el ánimo me inclina hacia la objetividad. Leo con gusto una Breve historia del mundo antiguo de la"Uned". El texto presenta amplios matices a saborear, nuevas perspectivas del trillado estudio de la antigüedad. No tengo duda de que mi lectura abarcará hasta la última de sus páginas, cuyo epílogo casi siempre comprende la fundamentación del mundo cristiano.
Pienso, mientras camino entre mesas y anaqueles repletos de libros, que me gustaría ser un escritor de éxito, o que cuando menos recaiga sobre mi obra cierto reconocimiento. Comprendo que para ello debería consagrarme a esa labor en cuerpo y alma, y consolidar una obra consistente que no se podrá rechazar, con argumentos tan sólidos como los que plantea El Padrino en sus ofertas. De esta manera, las editoriales se mostrarían más cautelosas y dispuestas a colaborar. Pero es que para ser reconocido se necesita gozar de cierto prestigio y de una pléyade de seguidores. Aute y Wolfe han publicado ciertas antologías poéticas, cuyo numeroso plantel de colegas no se muestran remisos en aplaudir. Ellos gozan de la aquiescencia de las hordas compinchadas que gobiernan el mundillo cultural de España, perdón del País. ¡Ay del que este solo, porque cuando caiga no habrá quien lo recoja! No pierdo la esperanza de que quien me lea comparta una misma inquietud solidaria. Durante mi recorrido advierto en una tapa una foto de Jack London. Poseía un rostro de niñato que no le impidió representar la quintaesencia de la aventura. Su estulticia neoyorkina no le vedó naufragar en los espacios de "El vagabundo de las estrellas". Un libro como ese nos abriría las puertas del Parnaso.

NECROLÓGICA

Yo ya morí una vez
según una arcana
disposición ancestral.
Descendí a los ámbitos inferiores
donde regía el chacal
de la tenebrosidad sin esperanza.
Conocí los estratos
por donde discurre el alma,
recalando en las capas de la conciencia,
cuando la luz en ella
refleja el brillo de la bondad
o el vértigo de la condenación.
Sí, yo conocí las simas,
y fui consciente de haber muerto.
Vagué por el Hades cavernoso,
después de ser juzgado
en el tribunal de los réprobos.
Despedí a mi alma
con vuelo de paloma,
para quizá sumergirse
en la noche sin promesa.
La locura era haber muerto
cuando aún se estaba vivo.
Yo era como un golem
a quien dirige el movimiento,
pero cuyo corazón está vacío,
y cuya alma aún no ha nacido
al soplo exultante de Dios.
Sí, yo estuve muerto una vez,
y conocí las regiones desoladas
por donde caminan las ánimas
que fueron condenadas
a no retornar al paraíso.
En aquel mundo habitaban
muchos dioses, cuya potestad
intentaba retener el alma  del difunto.
Merodeaba el chacal,
de hocico alargado y orejas enhiestas,
pero también refulgía
el solar disco de Hathor,
y el  ojo de Isis, misterioso,
lo vigilaba todo, secreta e inquietante.
Quizá yo fui iniciado
en los viejos misterios de Deméter,
o quizá lo único real es que el alma
es un pozo sin fondo
y el hombre un ilimitado precipicio.
Vagando como un lobo sin guarida,
cuyo corazón se ha derretido
por el veneno de su maldad,
yo busqué el sendero olvidado,
el hilo que indicaba el recinto
donde las voces del cielo
reclamaban de su descarrío
 a esa almas despavoridas,
que muertas en vida
recorren los áridos campos
donde la guadaña, contumaz y austera,
ya segó de las eras el mal trigo.
Sí, yo escuché las voces arcangélicas,
cuya tonalidad irradiaba en mi conciencia
la certeza de que aquella muerte punitiva,
sentenciada por su culpa irrevocable,
no prevalecería para siempre y sin respuesta.

Nuevo sábado literario

Hace ya algunos días que no escribo una entrada de blog. Circunstancias de orden familiar me lo vedaban. He pasado uno de los principios de año más nefastos. Si al inicio del pasado año tuve que afrontar la muerte de mi padre, los prolegómenos de éste se saldan con una reclusión en el hospital tratando de superar una malévola gripe contraida por mi anciana madre, al cabo de la cual, por el ineludible cumplimiento de las necesidades del enfermo, yo también salí contaminado. No he tenido tiempo ni de mirarme a la cara, ni mucho menos la serenidad suficiente para encarar la exigencias de una entrada. Hoy al parecer empiezo a poder hilvanar algunos párrafos.
He conseguido salir a distraerme en este sábado de reyes. Aunque estaba casi todo cerrado, aun se mantenía abierta la feria del libro de ocasión que suele desarrollarse por navidades. Ya anteriormente, había conseguido en ella algunos títulos sugestivos, como una primera edición de editorial Juventud de Memoria de la casa de los muertos de Dostoyevski y una novela de Unamuno, Paz en la guerra, de la colección Austral. Tengo entendido que fue su primera novela, en buena parte autobiográfica, en donde describe algunos ambientes de Vizcaya. No sé cuándo podré leerla, pues la aglomeración de títulos en mi biblioteca es tal, que se impone una rigurosa selección. Procuro leer sobre todo aquello que me estimula a escribir; lo demás lo voy dejando, en espera de un tiempo más fructífero en que se pueda sacar un buen partido a la lectura.
En una de las casetas de la feria, he conseguido una primera edición en buen estado de un libro de Vargas Llosa, Pantaleón y las visitadoras. Lo he adquirido por puro sentimentalismo, pues esa misma primera edición la leí en mis tiempos juveniles en la Barcelona progre de los años setenta. Había leído La ciudad y los perros donde como también en Pantaleón me chocaba el uso descarado del lenguaje, sus estructuras complejas y un talante satírico que no desdeñaba en ningún modo el entretenimiento. Forjado en la linealidad del estilo decimonónico, de un Dostoyevky o un Galdós, el galimatías del peruano no me podía por menos que epatar. Ahora que la tengo, no sé si volveré a su lectura como a una recherché de los libros perdidos, pero me gusta tentarlos en la placidez de mi biblioteca.
Oigo en YouTube una entrevista de Dragó a Jaime Bayly; desconocía todo de este escritor, pero se le reconoce en la excentricidad propia del oficio. La entrevista más que de literatura, hablaba de rencillas profesionales, de celos y de envidias que se urden en el entramado de la fábula. Pretender conseguir del estilo el mendrugo diario me parece todo una proeza, y adquirir con el mismo una posición social envidiable un sueño de la especie de los de Walt Disney. Resignarme a no traducir a dinero mis cualidades literarias me parece una disposición positiva y una medida de lo más saneada.