Barcelona

Descubrí Barcelona con dieciséis o diecisiete años durante la estancia en un campamento. Por primera vez rompí con la rutina de la vida y por primera vez me enfrenté a una gran ciudad, con inabordables límites, tras cuya incertidumbre se suscitan los sueños. Por entonces, Barcelona era la ciudad española más europeizada, por su cercanía a Francia, por la importancia de su puerto, el primero sin duda en tráfico mercantil y de pasajeros, y por el flujo continuo de foráneos que acudían a ella a través de su aeropuerto internacional. Cuando concluyó aquel corto período vacacional, me fui de Cataluña albergando el deseo de volver algún día a Barcelona. Mis ojos no habían contemplado nada tan grandioso como las Ramblas y la plaza de Cataluña, el paseo de Gracia y la Diagonal; pero ante todo me atraía el grado de libertad que se respiraba al patear sus calles. Por ello, fui incubando esta idea durante los años inmediatos, en los cuales se acrecentó la fascinación por la ciudad. Mi afición literaria la llenó de nombres de escritores y editoriales, Vargas Llosa, García Márquez, Planeta, Seix-Barral, Plaza y Janés, Bruguera. Como me tentaba descollar en el mundo de las letras, un buen día decidí seguir la estela de estos pioneros y labrarme allí mismo mi "boom". Me planté en Barcelona, dejando sin duda desolados a mis padres, y encontré acomodo en el piso de un amigo que estudiaba en la universidad. Yo ya no estudiaba: araganeaba, fumaba compulsivamente, leía cuanto caía en mis manos, escribía escuetos borradores, trabajaba esporádicamente velando por mi manutención, sin encontrar nada estable, y soñaba con la gloria literaria. De aquel tiempo, no lo recuerdo con precisión, pero me place creerlo, datan mis lecturas de la Ciudad y los perros, y del primer Thomas Mann, cuyos dos tomos de Reno de La Montaña Mágica envidié en la biblioteca de un conocido; por entonces seguramente también releí Crimen y Castigo y diversas obras de Dostoyevski, además de una lista tan prolija de títulos y autores tan heterogéneos que incluía hasta Boris Vian y cierta literatura soviética, Lenín, Troski, Rosa Luxemburg, cuya lectura me facilitaban los compañeros de piso, tratando de ganar prosélitos para sus inclinaciones clandestinas.
La Barcelona que yo conocí fue seguramente precaria, una Barcelona de supervivencia, con un centro urbano que yo visitaba cada fin de semana, remontando arriba y abajo las Ramblas, frecuentando las tabernas de la Plaza Real, infiltrándome en las calles angostas del barrio chino o el gótico, degustando algunas tapas en las tabernas de la Barceloneta, recobrando pasados lirismos en la ciudadela y teniendo siempre presente la fachada de la estación de Francia y un retorno repentino y fracasado al mediocre nido en Alicante. Recuerdo también ese ómnibus madrugador que recorría Barcelona de punta a punta, para llegar a tiempo de coger el cercanías que te conducía hasta el perímetro industrial donde, como temporero, te ganabas el día a día batallando con una plantilla de charnegos.
Ya en los últimos meses en Barcelona, me descubro en un ático próximo a Sans escuchando a comienzos de agosto el Festival de Bayreuth, asunto que solía soliviantar y no poco a mis comprometidos coinquilinos. Era como mentar la soga en casa del ahorcado. No sé si permaneciendo en Barcelona hubiera llegado a encontrarme entre los diez libros más vendidos del Corte inglés, mi vida hubiera prosperado y el destino hubiera sido otro, pero la perdida de un empleo provisional en una fábrica de San Adrián del Besós, desavenencias más personales que ideológicas con mis compañeros de piso, más las cosas del amor, que nunca estuvieron claras (me enamoraba de mujeres inalcanzables con las que nunca tenía "chance") recomendaron la vuelta a Alicante. Desde entonces Barcelona perdió brillo para mí, y hoy por hoy, siempre que me escapo, opto por Madrid. Sentí nostalgia cuando Vargas Llosa, en la arenga de la manifestación multitudinaria en pro de la españolidad de Cataluña, recordó aquella Barcelona cosmopolita, aquella que cumplió los sueños de muchos, menos el mío, que no pudo ser.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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