RESEÑA NAVIDEÑA PARA LOS SEGUIDORES DE IMPRESIONES Y ANDANZAS

RESEÑA NAVIDEÑA PARA LOS SEGUIDORES DE IMPRESIONES Y ANDANZAS
Estimados seguidores de Impresiones y Andanzas:
En primer lugar desearía felicitaros estas navidades y demostraros mi agradecimiento por manteneros fieles a este blog. Un espacio heterogéneo que destiné para dar cabida  a una creación más inusual y oficiosa, y que en el fondo se ha convertido en esa expresión a bote pronto de mi cotidianidad. En él hallan su columna los sueltos más impensados, se concretó entrada tras entrada mi libro Venecianas, y hoy día es testigo de mis tímidas tentativas como poeta.
Es mi deseo que el blog siga creciendo y que en el futuro el lector encuentre en las nuevas entradas esas impresiones, comentarios y reflexiones que ha estado esperando, reconociéndolas como ese lugar indispensable que da respuesta a sus más inmediatas o preferentes inquietudes.
                                                                                               Un cordial saludo: Francisco Juliá

REFLEJOS DE UN POEMA DE L. COHEN

REFLEJOS DE UN POEMA DE L. COHEN
penetro en la rutina de los cuartos
donde hay ventanas que anuncian
el telón desolado de la ciudad
con sus torres inexpugnables de ladrillo y cristal.
De cuando en cuando las ventanas  se iluminan,
una sombra acaso ficticia irrumpe,
 indica que alguien existe o hay
algo más que salas aisladas,
algo como aleteos de pájaros silenciosos,
el presagio de una presencia
o tal vez solo sea el amago de un resplandor.
En los cuartos suele haber una cama
casi siempre vacía. Sobre el colchón
un cenicero con colillas, una revista
o un libro abierto, además del silencio
que abruma con su espanto. Y quizás
sólo en lo remoto
entre sus sábanas arrugadas
y amargas de sudario
el indicio ofrecido del cuerpo desnudo de una mujer,
con los labios trémulos
otorgando algo que pudo ser amor,
o quizás fue el engaño de un recuerdo
que solo queda de cierto en la soledad,
en el ensueño de una plenitud que se fue,
entre el murmullo de unos labios exangües
que pronunciaron con ternura
la palabra compartir
en el entorno inerte
de una ciudad despoblada,
de un universo mudo
que aguarda desesperado
el verbo vivificador de Dios.

ADIÓS, PETER O´TOOLE

ADIÓS, PETER O´TOOLE
Acabo de conocer por televisión la noticia de la muerte de Peter O´Toole. Es una noticia triste, pero que se compensa con todo cuanto el actor nos ha dejado para recordar.
Gracias a él, y a su descubridor, el gran cineasta David Lean, conocimos la epopeya de la azarosa vida de T.E. Lawrence, ese inclasificable inglés amante del desierto, por cuya iniciativa los árabes se hicieron conscientes de un identidad y aspiraron a ocupar su lugar entre las naciones, tras el desmembramiento del imperio otomano.
Lawrence de Arabia es mi película, y creo que una de las grandes creaciones del séptimo arte; una película que mira con cierta lucidez la aventura de la vida, a través de un ser que tenía poco de ordinario, y que se había arrojado en busca de su destino, un destino humano que cuando se le examina, solo puede ser trágico. Lawrence cumplió su pequeño gran papel en el aluvión irrefrenable de la historia y ganó su momento de gloria, un gloria que no sabemos si caló su más sincera intimidad. Pero así de desagradecido es el acontecer del hombre.

El paso de O´Toole por la historia es en otro sentido memorable.  Fue un actor que supo imprimir un sello inconfundible y pulcro a su quehacer. Fue un monstruo cinematográfico con una filmografía a destacar. Ahí queda su gran papel en Lawrence de Arabia, haciendo pareja inolvidable junto a Omar Sharif, como así mismo creó una pareja no menos extraordinaria con Richart Burton en la gran creación de Peter Glenville, Becket, con un Enrique II de Inglaterra digno de figurar en los anales. Por ello, gracias por llenar con tu tarea algunos de los momentos más gratos de nuestros ocios.Descanse en paz, Peter O´Toole.

PUCCINI POR LOS POROS

PUCCINI POR LOS POROS
No hace mucho adquirí un cd con una selección de las arias más fundamentales de  las óperas de Puccini. Tales ediciones no suelen ser de mi agrado, pues prefiero acercarme a las óperas en su integridad. Pero he de admitir que esta concreta selección ha captado mi interés y la escucho reiteradamente.

No es un secreto que yo me acerqué a la ópera porque en mi juventud me atrajeron los dramas wagnerianos. Por tanto, mi gusto operístico se educó escuchando las graves creaciones de arte del compositor germano y, solo muy lentamente, mis preferencias fueron abriéndose a otros autores. Beethoven fue el primero que irrumpió con su Fidelio, en cuyas arias de Don Pizarro reconocía un vigor dramático parejo al del autor de Tanhaüser. Luego vino mi acercamiento a Mozart, del que me fascino su Flauta Mágica y, más tarde, Don Giovanni, y, como consecuencia, el resto de su repertorio. Sin embargo, en lo que se refiere al la ópera italiana, mantenía bastantes reservas. Porque dicha ópera representaba todas las fobias que pudiera despertar en un hijo del proletariado un género, como el lírico, con toda su parafernalia decadente desplegándose en esos antros de culto que significaban los teatros para las elites. Allí podía contemplarse el lastimoso espectáculo de parejas de gordos chillando como cochinos antes de ser sacrificados. En resumen, las ópera italiana participaba de los defectos de un género que se manifestaba como la reliquia de otros tiempos.

Pero, finalmente, mi predilección por la música fue tolerando que las solapadas virtudes que el género lírico, mal que nos pese, atesora, fueran abriéndose camino por entre la barrera de mis prejuicios y se manifestara a mi espíritu con toda su fascinación. No niego que muchas operas de Verdi siguen ofreciéndome no pocos reparos. La Traviata se me hace insufrible con su remate de sistemáticas florituras y gorgoritos. Nos queda el encanto de cartón piedra del Trovador y la hondura musical de su Otelo, junto a algunos pasajes maravillosos de la Aida. Cuando no escondidos pasajes de su extensa obra que permanecen encubiertos y que paso a paso se nos irán desvelándo con la fascinación de un territorio virgen.
Después, no creo que se ponga en duda, en este conspicuo Olimpo, viene Puccini. Puccini es un caso aparte. Es como un nuevo Verdi que  ha asimilado el pontificado de Wagner. Pronto, aunque ya de largo algunas arias habían calado en mi más sensible memoria, caí subyugado ante la belleza de su Madame Butterfly, que nos transporta con su esplendor pasional bastante más lejos que la novela de Pierre Lotti, en la que está basada. Desde luego, es mi ópera italiana predilecta, pero no hay que obviar otras cotas puccinianas como la Tosca o el Turandot, con arias de una factura tan impecable que colman a las más sentimentales sensibilidades. En cualquier caso, no esperaba que al adquirir el disco llegaría a estar tan colmado de Puccini, que rezumara su esplendor melódico hasta por mis poros.

PLATERO, DE NUEVO EN LOS PRADOS DE MOGUER

Miente quien diga que Platero ha muerto,
como yerra quien constate la muerte del poeta.
Porque el poeta perdura mientras se escuche su voz,
mientras un hombre tenga una razón de amar
y su alma busque saciarse de esa sed inconcreta,
que es la esencia celeste de su divagar.

A Platero aún se lo ve brincar por los campos,
revoltoso, sacudiéndose el vuelo liviano de la mariposas
que pululan trémulas las marismas de Moguer.
Es en la mañana, cuando el astro se quiebra en cristales de aurora
y el mar llena de brillantes de oro sus azules;
entonces, sí, no falta la mano amiga que acaricie su lomo plateado,
ni la risa pueril que celebre su monta,
mientras Platero soporta dócil el leve peso
y observa con sus ojos vítreos de escarabajo
la candidez alborotadora de los juegos infantiles.

En esas horas sutiles es cuando Platero sueña:
se imagina trotar los mullidos prados del paraíso
y gozar en su carrera alocada de la abundancias de tal vergel.
Se recrea con los cantos de los inefables pajarillos y el solaz de sus remansos;
aunque algo estremecido por una voz que parece resonar en lontananza
como el eco memorial de su amo Juan Ramón.
Cuentan que hay en lo espeso de su fronda un manantial,
a cuya corriente acude Platero a diario a abrevar,
y en cuya delicia esconde la semilla perpetua
de la promesa, el milagro del momento eternal,
claro espejo de aguas puras donde se llega a reflejar
 la mirada sonriente y gozosa de quien se proclamó rey
 sobre otro Platero, tan terco y peludo, en Jerusalén.

NOTAS SOBRE W. SOMERSET-MAUGHAM

NOTAS SOBRE W. SOMERSET-MAUGHAM
MI perspectiva sobre la figura de William Somerset-Maugham es algo limitada, pues sustancialmente se concreta sobre dos de sus obras, las cuales he leído al menos un par de ocasiones durante distintos períodos de mi andadura como lector. Y el comentario que me suscitan viene a ser bastante positivo. Si bien, la envergadura como escritor de Somerset-Maugham no alcanza la dimensión de los clásicos ingleses, si merece la pena reparar en su obra, que responde a dos cualidades importantes que conviene reseñar. La primera, es la de una prosa efectiva que no tardará en convencer al lector y llevarlo hasta ese terreno que interesa al narrador, imponiéndole ese postrera reflexión necesaria a cualquier ser humano y obvia en cualquier lector inteligente y sensible. La segunda, es una consecuencia de la primera, su sugestiva amenidad.
  En estos días releo su novela Soberbia(The moon and sixpence, en el original inglés). La obra responde a un interesante trasunto de la figura y la vida de Paul Gauguin, convenientemente maquillada para transformarla en juguete de ficción. Recuperé esta obra de las legendarias ediciones Reno, adquiriéndola en una reciente feria de libros de lance, llevado por el grato recuerdo que improntó su remota lectura durante los felices años del pasado siglo. La novela no deja indiferente a nadie que se acerque a ella con ánimo sembrado de inquietudes.

Si acaso la figura trazada de Gauguin no llega a ser exacta, si logra esbozar los principales contornos de su singular personalidad. Pretende penetrar la psicología de este individuo marginal, que se desmarcó del ser gregario para buscar su propio camino de soledad creativa, de lúcida independencia. Y hace pensar, a través de su obra, que este es el personaje ideal  que buscaba Somerset-Maugham en su galería de tipos singulares. Lo describe más ponderativamente en su otra gran novela: "El filo de la navaja", donde su protagonista elige un camino inusual al que le hubiera correspondido, al margen de una sociedad anclada en sus disipaciones y conveniencias,  y con la indiferencia propia de un alma cegada y embrutecida. Dicho personaje, al adentrarse por sendas bien distintas a las trazadas, comienza a encontrar esas respuestas que en algún caso le redimen de su desubicación en el mundo y le ayudan a encontrar ese sí mismo desvanecido por la desorientación a que lo condena una sociedad hipócrita y fraudulenta.

Estas, entre otras muchas, son unas pocas de las razones por las que conviene recalar de cuando en cuando en Maugham, sobre todo en ese momento preciso en que nuestro espíritu llevado por la inercia del conformismo se agazapa en esa uniformidad estéril y sin horizontes a la que nos aboca una sociedad desnaturalizada en su materialismo.